59. Cuatro esquinitas tiene mi cama, cuatro angelitos que me la guardan (Rosy Val)
Esperaba a que mamá se fuera para levantarme y comprobar que estaban ahí, uno en cada esquina, mas nunca hallé ninguno. Aún así yo insistía en pedirles que al nuevo papá que ahora vivía con nosotras no le dejaran entrar en mi habitación. Pero no me escuchaban porque siguió haciéndolo hasta ese día en que mamá puso un cerrojo en mi puerta y sus maletas en la calle. Al miedo no consiguió echarlo, ni con su maldita canción ni con cerrojos, se quedó a vivir permanente en mi dormitorio.
Pasado un tiempo, una de esas noches en las que el sueño galopaba entre mis pesadillas y el desvelo, noté como una corriente de aire agitando las cortinas. Vi que entraba uno. Bueno, más bien vi sus alas revoloteando por mi habitación. A buenas horas —le reproché—. Primero una zapatilla y luego la otra; se las lancé furiosa.
Al día siguiente el timbre me despertó. Bajaba las escaleras y escuché a mamá hablar con alguien. Rápidamente volví a mi cuarto. Acababa de recordar lo sucedido la noche anterior. Ahí estaba, el pobre loro, el de mi vecino, debajo de mi escritorio sin vida y con un ala rota.
Este relato, pensado desde la perspectiva infantil, a los mayores nos da para reír y llorar. Muy bien compaginados esos dos aspectos contrapuestos.
Cuentas mucho sin decirlo con palabras expresas. El drama de un padrastro impresentable, con la consiguiente ruptura de la inocencia de una niña por culpa de ese monstruo pederasta. Estos hechos terribles, sin embargo, quedan suavizados por un toque de buen humor, que se puede leer al mismo tiempo como una declaración de intenciones: el mensaje de que la religión y sus protagonistas, ángeles protectores incluidos, no están cuando se les necesita, quizá porque no existan.
Un relato con un original contraste, que funciona por un lado y por otro.
Un abrazo y suerte, Rosy
Con esa idea nació este relato, acoplar al loro en el texto, también te confieso que no me lo puso nada fácil 😉
Un abrazo y muchas gracias, Edita, por dedicarme tu tiempo.
Dios mío, Ángel, yo, precisamente yo, matando un loro, ¡¡¡ni en sueños!!!, pero ésta vez lo exigía el guion…
Un abrazo, y muchas gracias por tus palabras.
Has conseguido un final triste y penoso que me ha sacado una sonrisa…Creo que eso no es nada fácil. Te felicito
Isabel, muchas gracias por tus amables palabras. Pretendía hacer un relato agridulce y por vuestros comentarios creo que lo he logrado. Eso ya es más que satisfactorio.
Un abrazo.
Con que facilidad, después de la dureza de la historia del padrastro, nos llevas hasta la sonrisa. Venimos de «pobre niña» y terminamos «en pobre loro». Enhorabuena por esa transición, Rosy. Dificilísimo conseguir esa mezcla de sensaciones. Aplausos, suerte y abrazos.
¡Vaya chute de aliento!, comentarios como este animan a seguir escribiendo… 🙂
Muchas gracias, Rafael.
Un abrazo.