72. Polaridad
Cada milenio, con el crujido seco de una nuez, se abren las puertas del inframundo para poner sobre la faz de la tierra a uno de sus ángeles caídos. El objeto de tan inexorable ritual es volver a recuperar las perversas artes de las tinieblas, habilidad que han descuidado por pasar demasiado tiempo acomodados entre almas condenadas.
El forastero de alas negras hace rato que deambula, dispuesto a soplar el susurro invisible de la violencia sobre humanos vulnerables; sin embargo, antes siquiera de alcanzarlos, percibe que la ira ya inundaba el suelo bajo sus pies. Lejos de desalentarse, busca resquicios de maldad sin colonizar, y amanece sobre un moderno rascacielos de oficinas deseando nutrir de tentaciones la enorme incubadora de pecado.
En un batir de alas infernal, agita envidias y ambiciones sobre sus cabezas, pero en aquella atmósfera saturada no queda espacio para una sola vileza más.
Desconcertado recorre el camino de vuelta para dar la voz de alarma, sin percatarse de que su temor ha hecho crecer una descarada pluma blanca sobre su espalda, fastidiando su regreso. Atrapado y sin trabajo, empieza a plantearse que, dadas las circunstancias, como ángel de la guarda tal vez tenga mejor futuro.
No es necesario malear a la raza humana, ya llevan la malicia de serie, de ahí la frustración de este ángel caído, enviado del inframundo, que sufre la invasión total de sus competencias. Como ángel de la guarda, efectivamente, tendrá mucho más trabajo, pues hay mucho por arreglar. También tiene dentro la bondad, solo tiene que escarbar un poco y darse la oportunidad de desarrollarla.
Un relato bien planteado y muy cierto en esos planteamientos.
Un abrazo y suerte, María
No hace falta esforzarse mucho para ver que somos peores que el mismo demonio. Muy buen planteamiento, con ese exquisito estilo marca de la casa.
Cuando todo es herida, no tiene sentido hurgar en ella. Un magnífico relato y una critica a la propia humanidad. Genial, María. Suerte y abrazos.