74. Custodio (Patricia Collazo)
Hace un tiempo, a la salida del cole, Raquelita apareció con un señor bajito cogido de la mano.
—¿Y este quién es? —preguntó mamá.
—¿No ves que tiene alas? ¡Es mi ángel de la guarda! —contestó Raquelita ofendida.
Como siempre tiene mucha prisa, mamá dijo que vale, que se montara en el coche y ya veríamos. El ángel era bastante feíto y las alas estarían bajo el abrigo porque no se le veían. Raquelita le abrochó el cinturón ¿Para qué quería un ángel de la guarda si ella tenía que cuidarlo a él? Pero no dije nada. Con Raquelita es mejor estarse callado.
A la hora de la cena se comió los macarrones que mamá le sirvió, aunque Raquelita decía que los ángeles solo comen algodón de azúcar.
Una semana después, Raquelita se había cansado de su ángel y me lo pasó a mí. Mamá dijo que mientras se duchara todos los días se podía quedar. Y desde entonces lo cuido yo. Es muy bueno, pero a veces da un poco de pena, porque cuando se levanta se lleva las manos a la cintura, como hacía el abuelo, y después se queda mirando el cielo a través de la ventana.
Qué difícil es hacerse mayor, llegar a una edad en la que no solo deja de ser posible proteger a nadie, sino que se depende de los demás, con el riesgo de que, como Raquelita, los allegados terminen cansados de esa presencia, considerada improductiva; de ahí a ser arrinconados solo hay un paso.
Un abrazo y suerte, Patricia