01. MI AS
Mi padre decía que “el buen jugador siempre tiene suerte” y que por eso nadie quería jugar con él en el pueblo. Yo recordaba la euforia de algunas tardes cuando llegaba a casa mostrando un buen fajo de billetes, y también, alguna otra en la que aparecía maltrecho porque, al parecer, un “mal perdedor” había querido recuperar su dinero.
Cuando mis compañeros de la facultad vinieron a pasar unos días a casa, me propusieron organizar una timba con mi padre de invitado: les motivaba el reto de enfrentarse a ese “jugador legendario” del que había presumido tantas veces.
Pactamos una noche sin apuestas reales pero, animados por el reparto equitativo de manos ganadas por unos y otros, terminamos vaciándonos los bolsillos. La jugada definitiva acumuló más de trescientos euros sobre la mesa, prácticamente todo lo que teníamos disponible. Yo renuncié a seguir la apuesta, con un rey y un as de picas como únicas cartas de valor. Pero se hizo el silencio cuando mi amigo Gonzalo aguantó el envite de mi padre que, una a una, fue descubriéndonos sus cartas. Un as. Otro. Uno más… Cuando soltó el cuarto sobre la mesa sonó estrepitosamente el hundimiento de un mito.
No se puede ganar siempre, menos cuando el azar está en juego; es matemáticamente imposible que siempre favorezca a la mismo persona. Si eso sucede es que algo extraño ocurre. Los tramposos pueden vivir un tiempo de sus engaños, pero éstos, antes o después acaban por salir a la luz.
Un relato con un título de lo más apropiado, que alude a la caída de un modelo admirado y a una carta en la que está la clave de la historia, pues en una baraja no puede haber cinco ases.
Una historia muy bien armada, con un final tan sencillo como fulminante y eficaz, con sentimientos rotos de por medio.
Un abrazo, Juan
… qué gusto da tenerte en esta casa. Lo has clavao. Gracias, compañero. Otro abrazo pa ti.
Puñetazo cruel en el estómago del amor filial. Bravo!