68. Sudorosos y diferentes -Calamanda Nevado-
Necesitábamos reposar. Habíamos caminado, más de la cuenta, confiando en la generosidad del gentío. Lo sabía, aun así, insistió. “Quiero olvidarme por unas horas de la cruz de las limosnas y del sol. Dejar tranquilo el hombro, harto de extender la mano. Necesito volar sobre el fuego, y después ver las estrellas a tu lado”. Nos fundimos en un abrazo. Mi pobre corazón, mellado por una espina seca, lo dejó ir con un escalofrió infinito.
Poco después nos reencontramos cerca de la orilla, temblaba. Apenas le quedaban fuerzas, y la sangre se avivaba en sus múltiples heridas. El dolor le brotaba en la cara. No podía verme con claridad. Ni al mar con su senda nácar. Me sentí perdida sin su cercanía. Unos chicos, que jugaban al futbol, parecían pendientes de nosotros.
Me fascinó la oportunidad que podían traernos. Avisarían a las urgencias. Les grité ayuda prisionera del miedo. De pronto, me chutaron en la espalda con fuerza; no la había sentido nunca, y caí sobre su cuerpo sangrante. Asaetado por las quemaduras, sus ahogadas quejas gemían entre las risas de los muchachos
Corrieron para alejarse. Permanecimos en silencio con la respiración breve, hasta comprender que no nos levantaríamos más.
Una pareja de vagabundos, al límite de su resistencia, en lugar de recibir ayuda de sus semejantes en una situación de extrema necesidad, lo que obtienen es una agresión y escarnio que supone el final de su andadura, eso sí, juntos.
Un abrazo y suerte, Calamanda.
Nunca habrían pensqdo terminar así, una pena después de cminar y caminar y vivir tanto juntos con el dolor del brazo estirado. Suerte para esos caminates y a esos críos que les llegue su hora. Suerte!
Ángel, Manuel, gracias por vuestro tiempo y vuestra atención.
Abrazos