59. El carnicero (Ana María Abad)
Deambula por los pasillos desiertos arrastrando los pies sobre el polvo de tantos años. Abre una puerta tras otra: todos los cuartos están vacíos, tan sólo quedan las telarañas que cuelgan de las vigas del techo. Una de ellas tiembla con un soplo de aire fresco que se cuela por alguna rendija invisible. Él arruga la nariz: no le gusta ese aroma primaveral que inunda el jardín, ahora sofocado por las malas hierbas; prefiere los efluvios que imperaban antaño: la mezcla de formol, sangre y miedo que tanto le excitaba, que le hacía sentirse un dios con poder para indultar o para destruir, aunque esto último era siempre lo preferido. Por eso le llamaron monstruo, bestia maldita, y le dieron caza como a una vulgar alimaña.
Llega ante la última puerta, su mano vacila sobre el picaporte, sabe lo que hay al otro lado: sus huesos blanquecinos amontonados en un decrépito catre, envueltos en los jirones de lo que fue su elegante uniforme. Da la vuelta y reinicia el recorrido, su eterna condena, siguiendo sus propias huellas invisibles sobre el polvo del corredor.
Acaso el infierno sea eso: la soledad plena, la nada absoluta, una mala persona atrapado en un bucle en el que solo puede recordar su terrible proceder en vida, bajo el olvido de todos menos el de su conciencia, de la que nunca podrá escapar.
Un relato sobre alguien que se creyó dios y ha de revolverse eternamente en su propia insignificancia.
Un abrazo y suerte, Ana María
Muchas gracias Ángel, excelente análisis, como siempre. Si eso es realmente el infierno, no cabe duda de que es el lugar adecuado para semejante elemento.
Un besazo.
Sí, y está claro que se lo merece con creces. Él, que un día decidió como un Dios sobre las vidas de los demás, ya no tiene a nadie a quién sacrificar. Sólo están sus huesos que certifican que un día existió y una conciencia que le perseguirá más allá de la muerte. Un abrazo, Ana María
Muchas gracias Gloria.
Tanto tú como Ángel estáis convencidos de que la conciencia del protagonista le va a perseguir por siempre jamás, aunque la verdad es que, tal como me ha salido, yo me lo imagino tan carente de conciencia en el purgatorio como de escrúpulos en vida. Pero me gusta más vuestra versión, así su castigo sería más duro, que bien se lo merece.
Besos mil.