52. Crónica de sociedad
Al entrar al cajero me asusté. Un bulto en el rincón captó mi mirada. Entre mantas y edredones viejos asomaban unos inquietantes ojos azules. Nos miramos y supe que no tenía de que preocuparme. Aquel sin techo, era otra víctima de la sociedad. Así que no le di un billete para que fuera tirando, le tendí mi mano junto con una tarjeta de mi oficina. Te espero mañana a las ocho le dije, y me marché con la esperanza de que viniera.
Tu relato hace bueno el refrán que dice que «obras son amores y no buenas razones». El protagonista no se conforma con dar una limosna a un indigente, sino que en teoría le ofrece un mundo de posibilidades que podemos imaginar, hasta algún tipo de ocupación en su oficina que tal vez le permita sacar la cabeza y subsistir. Su gesto no es una decisión rápida y a la ligera de la que podría arrepentirse, queda claro al final el sincero altruismo que le mueve.
Un relato que incide en la capacidad y poder de elegir y actuar, similar al que atribuimos a un Dios: frente a una reacción indiferente o negativa ante un ser desvalido, utiliza su poder y su lado más benéfico para ofrecer una alternativa, luego ya dependerá también de lo que haga el vagabundo.
Un saludo y suerte.
Buena la actitud de este ser samaritano, que pudiendo pasar de esta víctima de la sociedad, le ofrece la oportunidad de levantarse y convertirse en un miembro más de esta, Martinez, lo que significa poder empezar de nuevo. Un abrazo