64. Una enigmática compañía
Sale del museo bajo una gabardina. Un retrato pintado sobre madera de álamo blanco. El retrato contiene una sonrisa. La sonrisa baja escalinatas de mármol y atraviesa puertas. Nadie detecta esa extraña silueta poliédrica.
El discretísimo ladrón deposita el botín sobre la mesa del oscuro apartamento. Lo contempla, extasiado. Trata de interiorizar el gesto de la mujer. Se diría que ambos se conocen desde siempre.
Entretanto, los falsificadores intentan colocar copias indistinguibles a millonarios distinguidos. Los responsables se encierran para investigar y digerir su vergüenza. Los parisinos se preguntan para qué cerrarán la jaula una vez el pájaro ha volado. Los periodistas resoplan al ritmo vertiginoso de sus máquinas de imprenta.
A lo largo de dos años, visitantes de todo el planeta acuden a observar el rectángulo cuyas esquinas custodian cuatro pernos desolados. Llegan atraídos por esa ausencia inconmensurable, por ese trozo de pared que ha dejado de sonreír.
Mientras, el inmigrante italiano continúa deleitándose con su obra maestra de compañía en la misma orilla del Sena donde la robó. Ignora que, al retener el retrato de su paisana Lisa Gherardinni, transforma este pequeño cuadro casi desconocido en un vórtice hacia el cual todos nos precipitamos desde entonces sin remedio.