78. Makyo
Llevaba horas sentado en zazen cuando un rumor de hojarasca me hizo entreabrir las orejas y dirigir las antenas de mi atención hacia el sonido. Parecían pasos. De persona. Muy lentos, como sopesando cada uno de ellos. El leve rumor fue acercándose y me planteé levantarme de un salto, pero no estaba seguro de si las piernas me sostendrían.
No me dio tiempo: a mi lado, en cuclillas, tenía a un barbudo y sucio hombretón mirándome con socarronería. «No sirve de nada» me espetó con una voz dulce que no encajaba con su aspecto. «Lo que pretendes no sirve de nada» me repitió. Sus palabras me enfurecieron y le grité que callara de inmediato y me dejara en paz. Se rio con tanta fuerza que la barriga le temblaba como un plato de gelatina. En medio del estruendo, me dijo: «¿Qué pretendes, ser mejor que los demás? no lo eres. Por mucho que cruces las piernas, eres como todos. Peor, porque crees que meditar te eleva por encima de la muchedumbre». Sus palabras terminaron de enfadarme y dando un salto, agarré una rama seca del suelo con intención de atizarle con ella. No lo logré. ¡Maldita sea!