73. Interruptus
El domingo olvidé tomarme la pastilla del perdón y ahora no sé cómo decírselo al vicario. Cada vez que me pasa se pone hecho una furia, después me observa la tripa y los pechos, los palpa, los mide a conciencia y anota mis medidas en el cuaderno de confesiones, y así noche tras noche. Nunca me atrevo a preguntarle si es que la culpa engorda. Debe de ser así, porque si Dios me perdona, la expulso con sangre y dolor por ahí abajo. Él no para de insistir en si ya lo ha hecho. Si le digo que no, le caen goterones de sudor por las sienes, y se queda todo blanco, como si estuviera poseído por el mismísimo diablo. Entonces me vuelve a hablar de convencer a la madre superiora para que le acompañe en su viaje a la diócesis de Londres, que me vendrá bien para reafirmar mi andadura por el camino del Señor.
Elena, qué ingenuidad por parte de la monja y qué redomado sinvergüenzada el vicario.
En todas partes cuecen habas.
¡Cuánta hipocresía!
Un micro muy bien compuesto.
Enhorabuena y suerte.
Gracias Rosa!! Pues sí, la hipocresía abunda y hubo unos años donde los vicarios, directores espirituales de tantas pobres analfabetas hacían de su capa un harén. En fin. Un abrazo fuerte y feliz verano.
Mientras las apariencias se mantengan intactas lo demás son solo detalles. La hipocresía siempre es deleznable, pero más aún entre los miembros de una institución consagrados a proclamar y cumplir la bondad y el altruismo. En una cosa tiene razón esta ingenua religiosa: wse vicario tiene algo de diablo poseído.
Un abrazo y suerte, Elena
Gracias Ángel, por leernos siempre, comentar a todos y animarnos a seguir. Eres muy grande. Feliz verano compañero.