65. Cartel: «Déjale unas monedillas»
No tenía nombre, simplemente era la taberna. De haberlo poseído, “Del silencio” le hubiera acoplado estupendamente.
Allí no se hablaba, ni para pedir. Entrabas e inmediatamente tenías lo tuyo delante.
Para ser exactos, solo se podía escuchar un leve susurro de los que se sentaban en el suelo junto a Donato y aproximaban su boca a su oreja.
Él siempre estaba allí en su “sin estar”, como un ovillo sobre las tablas del suelo y ese serrín que le mantenía seco.
Yo estuve un tiempo con ganas de partirles las costillas a patadas a esos estúpidos. Por no ir al cura a confesarse y tener su penitencia, se desahogaban así.
Sabía que me vendría bien destrozarles la jeta, que eso sacaría mi negrura interior y me relajaría el alma. Pero algo me incapacitaba la acción.
Aquel día en que solo con la mirada fui pidiendo ron en exceso, me acerqué a ese pobre hombre, con el orgullo de la diversión y la burla.
Tengo suerte de que a nadie le importe lo que haga, porque lo que sentí fue una liberación impensable.
Ahora en cuanto llego, pido turno con gestos. A veces se me ha adelantado hasta el párroco.
Con la iglesia hemos topado Javier y con un personaje cruel que ignora esos seres invisibles y que se le calienta la mano con unas copas de máás. Suerte, abrazos
Gracias, Manuel, por tu presencia y comentario.
Abrazos
Hay dos cosas ciertas: En ocasiones necesitamos desahogarnos y hay gente que sabe escuchar. Otra cosa es que ese desahogo implique violencia, y que todo lo reciba un pobre hombre que todo lo soporta.
Curioso bar y curiosos personajes, que hacen de este relato algo diferente.
Un abrazo y suerte, Javier
Gracias, Ángel. Me alegra lo del ambiente. Era una parte esencial.
Abrazos
Hay frases de tu micro que me han atrapado a hacer una segunda lectura; aquello de que «era simplemente la taberna», «estaba allí en su sin estar» o «eso sacaría mi negrura» me parecen muy-muy acertadas y bien elegidas. Para rematar y mantener ese ambiente lo llenas de ron y ya has conseguido que todos se contagien.
Te felicito.
Nos leemos.
Gracias, Isabel, por esa segunda lectura y por tu apreciación.
Abrazos.