66. La hora del descanso
Nadie tuvo noticia de su existencia. Nadie nunca le echó de menos; si acaso, su madre, única testigo de su nacimiento. Nunca oyó pronunciar su nombre, si es que tuvo alguno, ni sintió una caricia, un arrumaco. Han tenido que pasar setenta años para que alguien lo tome en brazos, le cambie de ropa, le dé, lo que podría llamarse, un baño. Setenta años abandonado en una buhardilla, hecho un ovillo, un pequeño muñeco envuelto en un trapo dentro de una maleta que olía a rancio, de donde salieron mariposas al abrirla como si fuera el truco macabro de un mago. Setenta años para dejar de ser un despojo y adquirir categoría de ser humano. Setenta años… setenta años de un fantasma diminuto correteando perdido por los vericuetos oscuros de algún limbo que se merecía ya un descanso.
Ahora suena un réquiem por el bebé muerto, desconocido y desamparado… y se ha quedado por fin mudo su imperceptible y triste llanto.
Pues parece que por fin descansa en paz que son muchos años sin poder irse del todo y preso de ese limbo donde todos son invisibles. Suerte Ana
Dónde irán a parar las almas de los recién nacidos que, apenas han llegado al mundo, lo abandonan, sin apenas existir. Puede que aguarden a que alguien se percate de su existencia, que los libere de un estado detenido, para continuar, o más bien empezar, en otra dimensión. Nunca es tarde si todo puede reiniciarse.
Un abrazo y suerte, Ana