69. Ella
La mujer sin nombre tiene los pechos demasiado grandes. Y el pelo sucio y revuelto. ¿Entonces?, ¿por qué le tiene tan hechizado?
Cada mañana, en el descanso del trabajo, Pablo la observa. Ella siempre se sienta al otro lado del parque a amamantar a su hijo. Entre semejantes senos, y esos cabellos enredados, la cabecita del bebé apenas es perceptible. Pero la escena es… hipnótica.
En casa espera Laura. Laura sí tiene nombre, Laura es perfecta. Aunque jamás quiso tener hijos. Lo dejó bien claro desde el principio, y Pablo lleva años sin sacar el tema. Sin embargo, hoy:
—Aún podríamos intentarlo.
—Intentar… ¿el qué?
La conversación (seis palabras) se decapita, se esfuma. Y su relación (seis años), también. Sin saberlo, Pablo llevaba tiempo queriendo dejarlo, queriendo acercarse a ella. A la mujer sin nombre.
El primer día pasa. La saluda. Aunque no se detiene.
A la semana, se atreve a sentarse. Se presenta, y observa al bebé. Primero: la pulsión de abrazarlo. Después: la sangre congelada. Los colores del parque desaparecen, los pájaros callan. Pablo, aterrado, apenas acierta a señalar con el dedo al pequeño.
—¿Te gusta? —pregunta ella, con la mirada en ninguna parte.
Alberto, esperemos que esos deseos irrefenables de tener y disfrutar de su propio bebé encuentren quien los recoja y los haga realidad. Es tierno tu relato y refiere un tema peliagudo en el fondo que transita por las relacioes de pareja donde, si no hay deseos compartidos, se dificulta el día a día. Suerte
Muchas gracias por tu lectura, Manuel. Creo que a este Pablo la primera visión de ese bebé no le ha sido demasiado agradable, jeje.
Un abrazo y gracias por tu comentario
La convivencia experimenta subidas y bajadas, roces inevitables, pero todo se puede sobrellevar cuando hay sentimientos y buena voluntad. Sin embargo, hasta en las parejas mejor avenidas, una de las partes puede desear algo y la otra no; en tal caso tiene que haber alguien que ceda, si no sucede, el conflicto está servido.
Este hombre casi roza la obsesión por sus deseos de un hijo. Cuando al fin logra sostener una criatura en brazos, aunque no sea suya, la sangre congelada, su terror, puede deberse a que no es cómo pensaba; quizá haya idealizado tanto ese momento que la decepción le embargue y paralice, o que ese niño está muerto, con una severa malformación, o es posible que se parezca mucho a él.
Un relato con final abierto, con una sensación de algo indefinido, que da miedo, que se incrementa.
Un saludo y suerte, Alberto
Hola, Ángel. La verdad es que creo que tu comentario es, además de generoso, muy acertado.
Después de leído, me daba miedo dejar un final tan abierto, y lo quise «cerrar» con esa mirada perdida de la madre.
Mil gracias y un abrazo fuerte
Inquietante, consigues crear desazón con ese final sin aclarar.
El protagonista va a tener que rehacer su vida o replantearla, no lo tiene nada claro.
Suerte Alberto.