39. Efímero
Se lavaba las manos mientras contemplaba su rostro reflejado: «Sin duda tengo delante lo más bello del museo», pensó. El aroma a narciso que desprendía el jabón acentuaba su divina autopercepción, elevándose sobre la mundana envidia que creyó leer en la cara del tipo feúcho con quién compartía aquel lavabo público. Por supuesto, ni consideró que esa frente arrugada y ese rictus contraído se debían al ‘aroma’ que acababa de depositar en la estancia, mucho más penetrante y humano que el del narciso.
Salió del baño y se dirigió a la siguiente sala convencido de que tampoco allí encontraría obras a la altura de sí mismo. Estaba dedicada al arte ancestral; máscaras y esculturas quizá feas, sí, pero impregnadas de una sabiduría muy antigua en lo más profundo de la madera.
Lo que allí sintió le trastornó. Aquellas figuras percibieron su menosprecio y, de algún modo, le transmitieron que, aunque desgarbadas, permanecerían eternas e inmutables mientras su belleza se marchitaría hasta la decrepitud. No pudo aceptarlo y de pura rabia empezó a romperlas.
Detenido por vandalismo, fue condenado a seis meses en uno de esos lugares con duchas donde, precisamente, la belleza suele ser muy apreciada.
Si bien es cierto que la belleza es un don, a veces puede ser una maldición, como le ocurre a tu protagonista. También cuando la belleza eclipsa el resto de cualidades personales, o al envejecer, puesto que ese don es, como bien titulas, efímero.
Un buen relato sobre una de las cosas que más nos produce kalopsia (o autokalopsia).
Un abrazo y suerte.
La verdad es que la autokalopsia está en auge.
Muchas gracias por tu comentario, Rosalía.
Un abrazo
Un guiño al narcisismo, presente en todo el relato, incluido el aroma del jabón, con un homenaje, o eso me parece apreciar, al Dorian Gray de Oscar Wilde. Recrearse demasiado en lo efímero, por atrayente que sea, tiene una caducidad, y la belleza, un lado peligroso.
Encantado de volver a leerte después de tanto tiempo, Antonio. Ojalá te prodigues más.
Un abrazo grande y suerte
Qué gusto encontrarte de nuevo debajo de un relato, Ángel.
Certero y generoso tu comentario, como siempre.
Espero no dejar pasar tanto tiempo para pasarme por aquí, donde gente como tú me hace sentir como en casa.
Un gran abrazo, amigo mío.
Pura vanidad, una debilidad humana que se puede pagar muy cara cómo tu protagonista.
Me ha gustado, sobre todo las pinceladas de sarcasmo que has colocado de forma acertada.
Me alegro que te hayan llamado la atención esas pinceladas.
Gracias por tu comentario, Rosa.