46. A la deriva (Javier Igarreta)
Siempre había sido reticente a los cachivaches electrónicos. Sólo tenía un móvil elemental. Eso de ceder el control de sus asuntos a los duendes de la tecnología le causaba cierta preocupación. Cuando, sospechando que el fondo lo deseaba, su nieta le regaló un portátil, lo aceptó a regañadientes. “Sólo para cosas necesarias”, insistía para justificarse. Como temía aquel aparatito pronto se le hizo imprescindible, robándole el tiempo que antes dedicaba a otros menesteres. Incluso dejó de acudir a la Ópera. Para compensar, de vez en cuando escuchaba algo de Donizetti. Pero nunca pensó que aquel nuevo pasatiempo entrañara peligro alguno. Una tarde, mientras navegaba rutinariamente por Internet, notó una brusca retracción en el pulgar derecho. Antes de que pudiera reaccionar, el enhiesto apéndice comenzó a replegarse sobre sí mismo, arrastrando a los otros dedos a hacer lo propio. Su mano desaparecía por momentos. El menguante muñón escaló imparable brazo arriba. El fenómeno autodestructivo simultáneo en todas las extremidades y acabó finalmente en los órganos vitales. Incapaz de procesar los sentimientos encontrados y las ideas preconcebidas, el sistema colapsó y el ordenador hizo plof. Una furtiva lágrima resbaló cadenciosa por la superficie de la pantalla.
Cuando alguien trata de adaptarse a algo que hasta hacía poco le era ajeno, puede suceder que le cautive hasta límites insospechados. Hay personas de edad avanzada que tienen muchos reparos ante la tecnología. Es positivo estar abierto a los supuestos adelantos, pero a veces los temores iniciales tienen fundamento.
Un relato absorbente de forma literal, al tiempo que inquietante.
Un abrazo y suerte, Javier.
Muchas gracias Ángel,por tu amable comentario. La verdad es que dada la complejidad y la constante evolución del universo digital es bastante comprensible que los no muy duchos en estas cosas tengamos bastantes reparos. Por si acaso es mejor ser prevenido.
Un abrazo.
Tu personaje tenía cierto temor a los duendes de la tecnología pero se dejó llevar y comprobó por su propio dedo que era muy fácil caer en ese embrujo…Precioso lágrima final.
Nos leemos
Seguro que nunca llegó a pensar hasta qué punto estaban justificados sus temores. Es lo que tiene dejarse llevar por terrenos un tanto pantanosos.
Muchas gracias Isabel,por tu comentario. Saludos.
Una buena metáfora del mundo actual, realista dentro de esa escena fantástica final. Entre el trabajo y el ocio, casi vivimos más dentro que fuera de las máquinas, y resulta muy difícil imaginar el mundo sin internet. Confieso que yo ya estoy dentro de la pantalla, aunque a veces salgo para alternar y tomar unas birras…
Un abrazo y suerte.
Así es Rosalía, a veces ni siquiera es necesario salir para tomar unas birras, también te las sirve la máquina. Muchas gracias por tu comentario. Un abrazo.