37. SU BOCA – EPI
Era su primera visita a la consulta y su minifalda y sus labios perfilados de un rojo intenso me recordaron a la malograda Margaux Hemingway en Lipstick.
Incliné el sillón y el tacto de su pelo me enervó.
Me deslicé con el taburete hacia su costado.
Abrí su boca y sus labios me quemaron los dedos, la miré, me miró y cerró los ojos, me acerqué y olí su perfume.
Le puse un anestésico y me agarró la muñeca y al hacerlo puso el codo sobre mí. Introduje el líquido anestésico en el pliegue vestibular de la mejilla, ella se relajó, pero no retiró su codo.
La lengua, húmeda y sonrosada se movía acariciándome los dedos, tuve que concentrarme en la preparación de la cavidad de la caries.
Obturé el agujero. Cuando encendí la lámpara halógena, su boca se llenó de una luminosidad azulada. Mis ojos iban a los suyos y nuestras miradas confluían, ella movía su brazo y su codo me acariciaba, yo me entretenía en su boca, lengua y en un roce furtivo en sus pechos.
Nuestras respiraciones se acompasaron y enlentecieron, nos quedarnos suspendidos en el tiempo hasta que una patada de mi enfermera rompió el hechizo.
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Menudo juego sexual entre dentista y clienta.
La enfermera los bajó de su nube.
¡Original!
Gracias Rosa. Hoy día, ese, podría estar en la cárcel.
No fueron necesarias las palabras, ni para establecer una relación entre doctor y paciente más allá de lo profesional, ni para que la enfermera pusiera las cosas donde debían de estar, porque todo a su tiempo.
Un relato en estado Epi-puro.
Me gustó mucho coincidir y charlar contigo.
Un abrazo y suerte, Epi.
Ya no se me olvida tu cara.
Un abrazo
¡Menos mal que estaba allí la enfermera para poner sensatez! Espero que tus protagonistas intercambiaran teléfonos para continuar su relación sin palabras en un entorno más relajado.
Un abrazo y suerte.
Seguramente Rosalía.
Un abrazo y suerte