62. Iguales (Luisa Hurtado)
Eran hermanos y no necesitaban hablarse. Todo el día a la gresca, peleados por ser el primero en lograr algo, llegar más lejos, correr más rápido, hacer la broma más pesada o eludir los mandatos de sus padres. Siempre pendiente el uno del otro, ni muy lejos ni muy cerca, justo al lado, al alcance del puño o de la mano.
Juntos pastoreaban, cada hermano debía vigilar la mitad del rebaño pero siempre uno lanzaba una piedra, otro lo imitaba, la competición se iniciaba y poco a poco sus cuerpos se acercaban, sus miradas se desafiaban, inseparables y sin hablarse.
Llegó el día en que quizás un brazo se elevó demasiado, alguien interpretó mal un gesto o la rivalidad solo escaló más alto y una mano, portando una piedra pesada, cayó con fuerza sobre una sien haciendo que uno de los hermanos se desplomase.
Fue después, cuando llegó el momento de contarlo, cuando se repartieron nombres y papeles. Caín, mirándose atónito las manos, el asesino; y Abel, el caído, el bueno, el sacrificado.
Tendemos a encerrar todo bajo etiquetas y estereotipos, pero la vida es mucho más compleja que eso. Quizá Abel era más pérfido que Caín, solo que en uno de sus lances estuvo menos hábil, y tendemos a pensar que las víctimas antes han sido nobles e inocentes.
Un relato que demuestra que nada es del todo blanco o negro, que la rivalidad y celos entre hermanos han existido siempre.
Un abrazo y suerte, Luisa
Uy, como me has recordado a mis hijos, Luisa, ¡espero que no acaben así! Es verdad que solo conocemos una parte de la historia, y a veces hay que remontarse un poco (o mucho) para hacernos una idea más exacta de la realidad.
Un abrazo y suerte.