56. El ascensor (Rosy Val)
Peldaño a peldaño, su floreado vestido se va pegando a su cuerpo como una segunda piel. Cuando alcanza el portal lanza un profundo suspiro y se derrumba. No tanto por el agotamiento como por acordarse que hoy habrá reunión y de sobra sabe cómo actuarán sus vecinos.
—Si nosotros apenas llegamos a fin de mes. Alegarán los del primero C.
La propietaria del segundo A, desde que echó a su marido de casa, ni olvida ni claudica…
—Maldita seas, por deshacer camas ajenas. Cuánto me alegra que tú también te quedaras sin el tuyo.
—¡Vaya, vaya!, cómo han cambiado las tornas —comentarán los del bajo izquierda— ya no te ríes de los que no tenemos vistas tan buenas, ahora te jodes, por haber apuntado tan alto.
Pero Josito cada día pesa más.
A veces sueña que su madre ya no puede con él —antes era su padre quien le llevaba al colegio—. Y se imagina contemplando la vida desde las ventanas de su cuarto piso. Y llora. Y odia su silla de ruedas. Sus trece años no entienden que salir a la calle sea una cuestión de venganza, chanza y dinero.
En nuestro mundo supuestamente civilizado hay algo especialmente odioso: las reuniones de comunidad de vecinos. La envidia, el resentimiento y la inquina florecen con el vestido de tu protagonista, pero en el peor de los sentidos. El dinero es un asunto importante, pero la salud y el bienestar también, no solo el propio, también el ajeno. Y hay algo que se llama caridad y solidaridad, palabras con las que se nos llena la boca, pero cuya aplicación muchas veces brilla por su ausencia.
Un relato con cinco puntos de vista; el último, el de un niño inocente que sufre las consecuencias de las trifulcas de los adultos, con lo sencillo y lógico que podría ser todo.
Un abrazo y suerte, Rosi
A veces la maldad se enquista en un grupo humano, anulando cualquier atisbo de empatía. Porque puede haber rencillas personales, pero hay que ser muy mala persona para no apoyar a un niño que va en silla de ruedas.
Nos has contado una historia tan real como tremenda.
Un abrazo y suerte.
Muchísimas gracias, Ángel y Rosalía, por dedicarme vuestras palabras y vuestro tiempo.
Un abrazo enorme.