65. VÍCTIMAS Y VICTIMARIOS (Belén Sáenz – Fuera de concurso)
Nos convertimos en enemigos porque, de un tiempo a esta parte, los hombres han decidido que las guerras no tienen principio ni fin. Se superponen en capas, mutando en quistes. En tumores incurables.
Pero luego mataste a mi marido, a mis hijos, y, como rúbrica de vencedor, invadiste el piso superior de mi casa.
Los años malgastados y las heridas mal curadas han trabajado para dejarte a mi merced. Noche tras noche agudizo el oído para no perderme ni uno solo de tus ayes que destila el techo de mi habitación, intentando refrenar la náusea cuando te oigo pedir auxilio. Escucho tus pasos vacilantes en la penumbra del pasillo, el inevitable traspiés y la caída sobre el suelo de piedra, babas que se te deslizan por las comisuras y gotean hasta formar un charco. Plic, plic, plic.
Me incorporo en la cama. Aparto la colcha para sentir mejor el frío que deseo para ti como mil alfileres en tu piel vieja y soy capaz de pasar horas desgranando cada instante de tu sufrimiento hasta que, al alba, cedo el testigo a los fantasmas de mis muertos para que acudan a gritarte al oído nuestros nombres.
Como señala aquel dicho, tu protagonista se sentó a ver pasar el cadáver de su enemigo. No hay que tomarlo de forma literal, porque él aún no ha muerto, pero no parece quedarle mucho. Podría ir a auxiliarle, o eliminarle ahora que es vulnerable, pero eso cortaría su sufrimiento, del que, aunque no lo proclame, indudablemente se alegra.
Un relato que hace bueno ese otro refrán: «Quien siembra vientos recoge tempestades».
Un abrazo, Belén
Hola, Belén. Si interpreto bien, quien cuenta la historia fue una víctima de la persona que ahora está sufriendo, sólo que ahora se ha convertido en victimario, en uno que se complace en torturarlo gritándole al oído todos los nombres de aquellos a quienes éste ha hecho sufrir… Da cuiqui (o yuyu, como dicen ustedes por allá) el sólo pensar en pasar una tortura como ésa, y también me hace pensar (aunque aún tengo mis dudas) que el mismo victimario también es un fantasma, lo cual añade aún más espanto a este «schadenfreude» que nos relatas…
Ya me dirás vos si mi lectura ha sido (o no) acertada.
Cariños,
Mariángeles
Opresivo y digno de una novela de terror. Ella es la quintaesencia del «scadenfreude».
Las onomatopeyas tampoco son cosa de risa, aunque parezcan ridiculizar al individuo que las provoca.
Has sabido retratar una atmósfera horrible en pocas líneas.
Belén, este shadenfreude, a pesar de ser terrorífico, es entendible, y se puede llegar a empatizar con el victimario. Entiendo que es una mujer y el piso superior, una violación. O muchas, porque han envejecido a la par. No me extraña que se regodee en su sufrimiento.
Una pena que esté fuera de concurso. +
Abrazo.