75. Pasión por el dulce (Ana María Abad)
Cómodamente arrellanado en el sofá, con los ojos cerrados, aplica su fino oído a los sonidos que llegan desde la cocina. A través de ellos, puede imaginar a Carolina rallando limones, tamizando harina, amasando con energía, preparando la sartén para freír. La visualiza dando forma a las rosquillas, hundiéndolas en el aceite hirviendo, volteándolas, poniéndolas a escurrir antes de cubrirlas con azúcar. Y cada uno de estos pasos le va tatuando un gruñido más en el estómago, le va regando con más saliva la lengua. Las ventanas de su nariz aletean tratando de captar el esquivo aroma que navega por el pasillo, incitándole, seduciéndole, provocándole. Fantasea con uno de los redondos dulces colocado ante él en un plato, doradito y esponjoso, aún caliente, y se relame al pensar en el mordisco inicial, la explosión de sabor en su boca, el placer sin aditivos. Suspira y, rendido a la tentación, salta del sofá y pone rumbo a la cocina, hacia las rosquillas recién hechas, para intentar endulzarse los bigotes con algo más consistente que un simple “miau”.
Jaja, Ana María, el mío, por una aceituna rellena de anchoa o un poco de arroz con leche, no mata porque no le dejan los años, que sino… Probaré, si saco tiempo de algún bolsillo olvidado, a hacer rosquillas, y a ver.
Mucha suerte, y un abrazote.
Pues si las haces me guardas alguna, que soy muy fan. No en vano fueron las elegidas para este relato, jejeje. Lo de los gruñidos del estómago y la salivación extra son totalmente verídicos, y no precisamente del gato.
Abrazos de vuelta.
Ja ja ja. Salivando ya, estaba deseando llegar al final para ver la solución, que prometía sorpresa. Pero no tanta. ¡Miau!
Sí, me gusta lo de la sorpresa final. No siempre se presta, pero me pareció que en esta ocasión podía quedar bien, con bigotes y todo.
Gracias por comentar, Edita.
Querida, solo diré una cosa: MIAU!!
Jajaja! Bien dicho! No sabía yo de tu afición a los idiomas… ;D
Guau!!! (Por no repetir ese fantástico miau).
Ese salto del sofá nos prepara la sorpresa final y nos deja un irresistible deseo de probar tu receta.
¡Qué bien has cocinado el micro! Engatusado me dejas…
Es que he salido a mi madre, que era una estupenda cocinera, aunque en casa la que hace las rosquillas es mi hija (y le salen muy ricas, por cierto). Me alegro de que te hayan gustado estas virtuales de mi cosecha, Juan Manuel.
Chica, se me ha hecho la boca agua. Qué delicia. Espero que no las pille el gato, que deje para los demás. Un abrazo, Ana María. Mucha suerte.
Jajaja! Ya me ocupo yo de cerrar con llave el tupper, no te apures. Si te pasas por aquí, te reservo alguna. Un besazo fuerte, Aurora.
Mw identifico totalmente con ese minino o con cualquier ser humano capaz de sentir de forma anticipada tales sensaciones.
Un relato tan simpático como bien contado.
Un abrazo y suerte, Ana María
Muchas gracias por tu comentario, tan amable como siempre Ángel. Creo que todos, cuando publicamos, nos quedamos en suspenso hasta que aparecen tus palabras y entonces ya podemos respirar a gusto.
El minino no sé, pero yo tengo esas sensaciones y alguna más en cuanto huelo a rosquillas o a cualquier otro dulce, ya puestos. Me alegra que te haya gustado.
Un beso enorme.
Qué bien huele y sabe tu relato, Ana Mª. Es una delicia para los sentidos,felinos y humanos 😉
¡Abrazo!
¡Muchas gracias Aurora! ¡Cómo me alegra que te haya gustado! Ya te enviaré alguna de las rosquillas, si es que el gato no se las zampa todas, jajaja.
Abrazos de vuelta.
Un gato bien camuflado en el marido goloso que todos imaginábamos. Yo también me he relamido los bigotes leyendo el relato. Tan rea parecía.
Me ha encantado, y las rosquillas imaginadas también
Muchas gracias por el comentario, Rosa. Sí, la idea era confundir y no desvelar hasta el final, me alegra ver que lo he conseguido. En cuanto al realismo… habiendo hecho rosquillas en tiempos con mi madre y ahora con mi hija, ha sido la parte más fácil. Lo de esconder al gato fue lo más peliagudo 😀
Bravo, Ana María. Todo un despliegue de imágenes y sensaciones que nos llenan y nos hacen oler, ver, saborear y hasta escuchar cómo se cocinan esas deliciosas rosquillas. Y así trabajas la sorpresa final, que habíamos olvidado al personaje y descubrimos con una sonrisa que se trata de un gatete. Me ha gustado mucho. Suerte y un abrazo.
Por tu comentario, creo que te han gustado más las rosquillas que el micro, Jesús, jajaja.
En efecto, he procurado centrarme en la preparación del dulce para que el protagonista quedase en un segundo plano y poder dar el giro final con más contundencia. Y, de paso, ponerles los dientes largos a los lectores golosos.
Abrazos de vuelta, compi.