50. Costuras invisibles
Morena, con la sonrisa más bonita de aquí a Roma y los ojos más chispeantes que he visto jamás. Nos asignaron un dúo para aquel concierto del conservatorio. Tú, la guitarra; yo, la flauta. No recuerdo nuestro primer ensayo pero sí lo que hicimos después: mientras nuestros padres charlaban, tiraste la carpeta desde el piso de arriba y salimos corriendo a por ella, escaleras abajo. Recuerdo tus risas. Y que a partir de ahí siempre fuimos cómplices, como si siguiéramos tocando nuestro dúo inicial.
Escucho unas notas torpes al piano y todos estos recuerdos me han empezado a desbordar por el agujero que tengo en el pecho desde que no estás. Muero (solo casi; no como tú) por no poder hablar contigo. Me gustaría contarte que mi vecino de diez años está tocando nuestra primera canción y que me hablaras de tus hijas; yo te hablaría de los míos, de si llueve o no en Santiago, de si podremos vernos pronto. La costura invisible que nos une desde hace tantos años me escuece mientras sueño con charlar contigo de nuevo. Tenemos más de una conversación pendiente. Espérame, por favor; yo, hasta siempre y más allá, espero.
No hay nostalgia más agridulce que lo que pudo ser y no se materializó. Un amor que no pasó de platónico, que no tuvo que enfrentarse a la inevitable la erosión del tiempo y de la convivencia, y por ello perdura puro. No sabemos si habrá algo más allá de la muerte ni cómo podría ser, pero por qué no pensar que.lo que.no pudo ser allí sí es posible.
Un relato lleno de sentimiento.
Un abrazo y suerte, Isabel
Muchísimas gracias por tus palabras, Ángel. Se agradecen muchísimo. Un abrazo
Isabel, es una historia triste pero muy hermosa y muy bien contada. No sé si a esos cómplices los unió la amistad o, como dice Ángel, un amor platónico, pero hay ausencias que duelen más que otras.
Y me encanta la alusión al vecino de diez años que está tocando la canción que les unió.
Un abrazo y suerte.
Muchas gracias por tus palabras, Rosalía. Un abrazo!