46. ADN
Cuando mi familia me llevó a Nueva York, se cayeron las torres gemelas; tras mi paso por Portugal se incendió medio país; en Praga las lluvias torrenciales desbordaron los ríos. Mamá empezó a decir que éramos gafes, que donde íbamos sucedían cosas horribles: un tsunami, un tornado, la erupción de un volcán. Sin embargo, ser testigo de todas esas tragedias me causaba un placer inmenso. Luego vivía pegado a la tele, embelesado con la belleza de cada imagen de caos y destrucción.
De vuelta a casa intentaba crear mis propias catástrofes a pequeña escala. Destrozaba los hormigueros para ver cómo las hormigas corrían desorientadas de acá para allá. Mentía, manipulaba y enemistaba a todos.
Así hasta que me confesaron que era adoptado y me devolvieron al orfanato, seguros de que no iba a cambiar.
Desde entonces recibo la visita secreta de mi padre biológico. Es muy divertido. Con él estoy aprendiendo a provocar nuevas calamidades e infligir castigos a la población. Hoy me ha prometido que pronto me enseñará a reclutar almas, tentarlas y pactar.
—Entonces, padre, tú eres el diablo, ¿no? —pregunté ilusionado.
Pero por desgracia contestó que solo era el dirigente de un partido político deseoso de gobernar.