24. ¡OCUPADO!
Ni su atuendo guerrero ni su voz de mando le sirvieron para echar abajo la puerta del servicio de la taberna donde, al salir de mis quehaceres, lo encontré, retorcido de vergüenza, cansado de gritar en vano y apestando a orines, como un pordiosero.
− ¡Ocupado!
Al llegar el comando, aquel insolente lloraba con los pantalones mojados, por lo que no ofreció resistencia alguna mientras los soldados, disimulando sus distintivos, lo arrastraban a empujones hacia el furgón, cubriendo su menguado uniforme con un saco de yute como único atuendo, ya sin medallas ni dignidades, y algo más limpio. Debía de ser alguien importante aquel fulano a juzgar por la cara de respiro que mostraba todo el mundo. Mirando hacia atrás, no me quitaba la vista de encima, a mí, a un aldeano con cara de bobo, vestido casi como él, aunque con ropa más aseada.
Pocos días después, entre los papeles del retrete se podía leer una primera página rasgada en la que se aplaudía el heroísmo anónimo frente al déspota. Viendo girar el gurruño en el agua, me sentí como el héroe discreto que siempre fui y que acababa de salvar al mundo.
Hay que tener una gran imaginación y algo más difícil aún: un gran sentido del humor, para crear unos hechos como los narrados, únicos y difíciles de repetir. Quién sería el personaje «importante» del retrete (debía de serlo mucho) queda para la imaginación de cada uno. El papel que juega el personaje que también es narrador un poco también, pero él se siente salvador del mundo, que es lo que cuenta.
Un abrazo y suerte, JM
Quién no ha soñado con salvar el mundo y disfrutar del anonimato.
Un abrazo, amigo.
Los déspotas deberían tener de su propia medicina, por si alguno cambia, aunque me parece imposible. Un relato bien hilado y divertido por el resultado.
Si fuera así de fácil. Al menos en la ficción ocurre.
Un saludo