66. MI MARIDO, EDWARD ROCHESTER
Hace años que cesaron los gritos de arriba. Nos casamos una vez expiraron éstos y su ausencia dio paso a una algarabía, fruto del juego y las risas de nuestros dos hijos. Pero hace tiempo que ambos abandonaron el nido, y ahora esta guarida sin crías inquieta por su silencio. En este marco, el crujir de nuestras pisadas son el culmen del bullicio, el golpe de nuestras cucharas en el plato, la cúspide del mayor de los escándalos. La voz de mi marido solo resuena cuando hay invitados en casa. Dormimos en cuartos separados, ya no soporta el roce de mi piel. Debo actuar rápido. Mañana, en cuanto amanezca, cogeré el mazo y destruiré uno a uno los peldaños de esa escalera. Los mismo dieciséis peldaños en espiral que separaban a mi marido de su antigua esposa. “Éramos como fantasmas”, me dijo, “ya ni siquiera conversábamos durante la comida.”
El desamor puede surgir en todo tipo de parejas, incluso en las que han superado dificultades y lastres previos, como haber tenido a una primera esposa encerrada en un ático. Un suceso tan terrible podría repetirse, de ahí este final de Jane Eyre que has imaginado, que puede tomarse como un homenaje a este clásico de la literatura, y la constatación de que los finales son lo que cuentan y no siempre son felices, ni siquiera en lo que parecía una gran historia de amor.
Un saludo y suerte, Aida.
¡Muchas gracias Angel!
Uff, sí, sí, que rompa los peldaños que suben al desván si no quiere acabar como su predecesora. Una historia de amor y desamor con un final inquietante.
Un abrazo y suerte.