35. Encuentro fortuito
Aldonza Lorenzo y su señora doña Blanca atravesaban tierras manchegas en un carruaje con las cortinillas echadas. Hacía calor y la señora le ordenó que las descorriera para que entrara el aire y añadió: «Haremos una parada para descansar y tomar un refrigerio. El camino es largo y no será bueno hacerlo con el estómago vacío».
Una vez en tierra, paseaba por el campo cuando divisó unos molinos, y ante él, la figura enjuta de un hombre que portaba armadura, casco, escudo y una lanza que dirigía hacia las aspas. El caballo, con tan pocas carnes como su amo, arremetió contra ellas con tan mala fortuna que se enredó, lanzándolo al aire para después estrellarlo directamente contra el suelo…
Aldonza corrió a socorrer al pobre hombre que yacía mal herido. Se acercó, le levantó la cabeza mientras él balbuceaba: «Oh mi Dulcinea, por fin os he liberado de los gigantes».
−¿Dulcinea? ¿Gigantes? Tu señor delira –dijo Aldonza dirigiéndose a Sancho.
−Suele suceder señora –contestó resignado.
Y mientras Aldonza regresaba para proseguir el viaje, don Quijote despertó, se topó con la cara de Sancho y exclamó:
−¡Menos mal que sois vos, no sería prudente conocer a mi amada de esta guisa…!
Uno no escoge los momentos, es más habitual que sean ellos los que hagan acto de presencia cuando menos se les espera. De una forma o de otra, Don Quijote es dichoso a su manera, él vive en una realidad diferente, en la que Dulcinea solo aparecerá cuando a él le venga bien. Trastornado, es posible; feliz, seguro.
Un abrazo y suerte, M.Paz
Muchas gracias por comentar Ángel. Me pareció oportuno imaginar un encuentro fortuito entre don Quijote y la mujer que le hizo fantasear su amor, aunque ella no lo supiera. Un abrazo!
Un relato que te atrapa: buscas con ansia el desenlace, que no defrauda y te saca una sonrisa. Digno de los famosos personajes citados.
Muchas gracias por tu lectura y comentario. Saludos!