78. Comanches de oficina
El verano me aburre, dijo uno de los tres comanches, que lanzó una piedra y la hizo rebotar varias veces en la superficie del lago antes de ofrecerle la pipa de la paz al guerrero que tenía a su lado. Este la tomó, dio una profunda calada y exhaló el humo y unas palabras que encerraban un profundo deseo: Ojalá fuera tiempo de cazar búfalos y pudiéramos andar libres por las praderas. Después le pasó la cachimba al que se hacía llamar Ardilla Plateada.
Lo que a mí me gustaría de verdad es cortarle la cabellera al gran jefe blanco. Es un matón, y se cree que puede abusar de todo el mundo. Le sobra soberbia, dijo. Llenó sus pulmones de humo, se puso en pie son solemnidad, dio un suspiro profundo, de resignación, recogió el tabaco y el librillo de papel de fumar y añadió: Venga, vámonos. Solo faltan cinco minutos para fichar.
Jajaja, muy originales estos comanches oficinistas. Ya se puede andar con cuidado el gran jefe blanco si no quiere quedarse calvo.
Un abrazo, Manuel.
Gracias, Ana. A ver a dónde llegamos.
Estos comanches no están fumando, precisamente, la pipa de la paz. Y no me extraña: algunos grandes jefes blancos merecerían que, si no la cabeza, perdieran el pelo. Original esta historia, Manuel.
Un abrazo y feliz verano.
Gracias, María. Te perdiste Sevilla. Espero que nos veamos pronto. Besos.
Estos guerreros de salón son incorrectos con sus pensamientos violentos hacia su jefe, pero correctos también, porque al final todo se queda en ese pensamiento, seguro que a sus ojos son empleados modelo.
Un relato divertido y diferente.
Un abrazo y suerte, Manuel