85. ERRARE HUMANUM EST
Como no tenéis corazón, no os importa que yo haya entregado mis mejores años al proyecto Munchausen.
Vuestros androides me reclutaron en la barra del bar donde, cubata en mano, peroraba cada tarde. Me llevaron a una sala blanca llena de terminales. El trabajo consistía en contestar con nuestra primera ocurrencia a las preguntas que iban apareciendo en el monitor. Nos reímos mucho. Nos saltábamos toda norma, horario o sensatez. Nos rascábamos los huevos. A mis compañeros los fichasteis en taxis insomnes, cenas familiares o foros sobre coches. Nos necesitabais. Éramos la última resistencia a vuestro pensamiento algorítmico. Porque denunciábamos los chips en las vacunas, la conspiración de las mujeres contra nuestra masculinidad, o el borreguismo de aceptar la redondez de la Tierra. Necesitabais nuestra oposición a lo correcto y bienpensante. Éramos el ingrediente que os faltaba para que vuestra inteligencia pareciera natural. Porque éramos puro factor humano: erráticos, erróneos, imprevisibles.
Por eso, no perdonasteis el único error que no cometí. Lo motivó una de aquellas preguntas. La única que despertó mi interés. La escondí para más tarde. Visité —alguna existe todavía— una biblioteca. Me documenté. Medité la respuesta durante días. La redacté despacio. Y al escribirla, firmé mi sentencia.
Un mundo en el que las correctísimas máquinas necesitan de los muy imperfectos e incorrectos humanos para perfeccionarse, pero no admiten que uno actúe con inteligencia, que les haga sombra.
Un futuro temible y distópico en el que casi no habrá bibliotecas, ni nadie que piense por sí mismo, y si queda alguno, se le elimina.
Un abrazo y suerte, Tomás