90. Gatoterapia
Los primeros maullidos son tímidos, pero pronto nos lamemos, vagueamos panza arriba. Nos hartamos de delicias gourmet. Con la tripa llena buscamos un lugar cómodo. Nos acurrucamos. No pensamos. Tampoco juzgamos ni criticamos. Sencillamente, contemplamos. No tardamos en percibir lo invisible: la vibración de los rayos solares, el latido de las plantas, la melodía del viento y el aura de cada ser vivo. Justo al borde de alcanzar la iluminación el reloj marca las doce: se nos cae el pelo a matojos dejándonos la piel calva, el grácil cuerpo gatuno adquiere de nuevo dimensiones humanas, torpes de artrosis y lumbalgias, y avanzamos desnudas hasta sumergirnos en nuestra realidad de atascos, envidias, lágrimas, sudores y esfuerzos.
Elena, después de leer tu micro me han entrado ganas de probar un poquito de esa terapia, aunque la reentrada la realidad fuera dura.
Un abrazo y suerte.
Mi padre decía que hasta para ser gato hay que tener suerte. Los que se plantean en tu relato no son callejeros, ni están mal atendidos, parecen tenerlo todo resuelto, lo que les da pie a emplear su tiempo en una única y preferida afición: la vida contemplativa, aburrida, pero tranquila. Algo debe tener cuando el despertar ha sido tan decepcionante. Creo que la mayoría podemos entenderlos.
Un abrazo y suerte, Elena
Lo mismo da, puede ser gatoterapia que perroterapia. El caso es que esa vida sin problemas, suspendida en el placer contemplativo es adictiva. Aunque nos digamos que las mascotas no tienen Libertad, menos Libertad tenemos los que a diario estamos obligados a buscarnos lel sustento con nuestro trabajo.
Bien traído!