09. Esta batalla sin fin
A la hora acostumbrada el niño se va a la cama. Si le miras con atención, verás temblar su barbilla. Levemente, sin estridencias. Pero nadie lo nota salvo yo, que estoy atenta, tal vez acechante…
Allí nadie le cuenta cuentos. De eso me encargo yo.
El niño no crece; es el ser más adulto del mundo.
Para recordarle mi presencia, doy unos toques bajo el colchón. Y tiembla como una hoja, se aferra a la sábana, patea nervioso, se muerde los labios. Pero no llora…
Incremento mis esfuerzos. Exhalo lentamente en su rostro. Logro un gemido tenue, un suspiro jadeante que me envalentona. Hago crujir la baldosa; me río, conquisto.
«El niño tiene ojeras» meditan los padres mientras observan la película, cada uno enfrascado en sus propios pensamientos. La lid está en su apogeo, una de guerra, no tan virulenta como esta que nos ocupa. Y el niño, tierno, se alza en la cama y consigue mirarme a los ojos. El semblante serio, avejentado, más avezado que el mío.
Según crece su intención, noto desfallecer mis fuerzas.
Me siento a su lado y le abrazo: «Te acompañaré siempre» susurro. En esta batalla sin fin…
Um niño que no parece tener mucho amparo por parte de sus padres, ha de superar el miedo infantil a su fantasma bajo la cama, porque es la única compañía fiel que tiene.
Cuando los padres no ejercen como tales, los hijos han de buscar otros apoyos.
Un abrazo suerte, Susana
Muchas gracias, Ángel. Si, no sé, esos padres tal vez estén demassiado ocupados, o quizás el niño se avergüence… Los miedos son muy solitarios. Un abrazo!
Una personificación del miedo, una fobia infantil, tan difícil de superar que, a veces, es una batalla sin fín. Muy lograda esa lucha interna del niño y esa insistencia del temor a lo que vive bajo su cama. Un relato redondo, enhorabuena, Susana. Muchas suerte.
Muchas gracias, Juan Manuel! Yo creo que es algo atávico. Quién no lo ha experimentado alguna vez… Mil gracias por tus palabras.
Un niño luchando solo contra el fantasma del miedo, al que, como en su propia guerra, parece que intenta vencer, pero seguramente tenga que batallar durante toda la vida. Impresiona la despreocupación paterna.
Muchas gracias Edita! Toda, toda la vida. Estoy de acuerdo. Y sí, tienes razón, los padres están a su bola, pero tal vez no sea culpa suya… No sé, lo que sí sé es que estoy encantada y muy agradecida por tus palabras. Un abrazo!
Como este niño, yo también viví este miedo. Pero no lo enfrenté.
Me parece un buen relato por cómo está contado.
Muchísimas gracias, Rosa. Buff, ese miedo habita en todos nosotros, estoy segura. A veces lo enfrentas y a veces no, ¿no? Es recurrente. Mil gracias por tus palabras!
Susana, qué bien has narrado ese miedo infantil ancestral. Pobre niño, si se atreviera a llorar los padres podrían ayudarle a superarlo. Aunque parece que al menos ha aprendido a enfrentarse a él.
Un abrazo y suerte.
Muchas gracias, Rosalía! Yo creo que hay cosas a las que tienes que enfrentarte solo… En esas circustancias, nadie puede ayudarte. Y el miedo es tan libre… Mil gracias por acercarte aquí y comentar. Un abrazo!
Me encanta tu versión de esa acompañante inevitable tan cercana, tan palpable, amiga, enemiga… Muy intenso y original.
Un abrazo, Susana!
Un abrazo María, y muchísimas gracias!! Sí, una compañía muy poco deseada, creo. Gracias!!
Un relato que rezuma un terror que aunque irracional es muy real . ¿Quien no ha sentido esa sensación si asomabas los pies al borde de la cama, de que te los iban a coger y los metías rápidamente?
Un saludo
Muchas gracias, Gema! Así es. Esos miedos infantiles son muy reconocibles, no nos abandonan nunca.