In extremis
No pensaba decir una palabra, porque todos los vecinos del pueblo entendían de maravilla el lenguaje de los gestos y, notoriamente enlutada, partió hacia el tanatorio dispuesta a exhibir, además de su aflicción, el brillo de su flamante alianza. Después de treinta años de relación y cuatro hijos como cuatro castillos, ya era hora —se decía mientras palpaba el albarán de la joyería que guardaba en el bolsillo del abrigo—.
Había necesitado la complicidad del padre Garrido, y nadie la podía censurar por ello. Estaba hasta las narices de temblores y ataques de pánico que posponían siempre su razonable proposición. El párroco también estaba harto de abogar por ella ante el ahora difunto para que fijase, de una vez, la fecha del casamiento. Pero aquel hombre áspero y testarudo padecía un miedo irracional al compromiso y tenía unas reacciones tan desproporcionadas cuando se tocaba el tema, que ni la edad ni la enfermedad terrible habían conseguido aplacar.
El abogado consultado en la ciudad había comentado que, en caso de urgencia, se podían omitir ciertas formalidades. Así que, el último estertor fue interpretado como un «sí quiero», y santas pascuas.
Deja un gustillo a humor fino tirando a negro, que combina perfectamente con el luto correspondiente. Me gusta.
Pues sí que ha sido in extremis sí. Me alegro por ella. Y me gusta ese humor negro e irreverente.
Un abrazo y suerte.