62. NO DIGAS QUE FUE UN SUEÑO (Belén Sáenz)
Me aferré con las dos manos a la barandilla para ver si el frío metal me despertaba de aquel sueño. No cabía duda de que todo estaba allí, como si mi espejismo personal se estuviera representando en un escenario. El orejero de color pardo donde me sentaría a escuchar a los Beach Boys, la cálida alfombra sobre la que gatearía Jandro. Porque se llamaría Jandro, como mi abuelo. Aleteaban los pelícanos en el papel pintado y podía vislumbrar la luz cálida del dormitorio a través de la puerta entornada. Había ideado cada milímetro y cada detalle la noche anterior, después de apagar la luz en mi cuarto de la pensión. Entonces, aquella tenía que ser una señal: le pediría a Inés que se casara conmigo y nos iríamos a vivir a aquel piso que se había hecho yeso y madera ante mis ojos. Lo había encontrado. Con el cosquilleo de quien se siente tocado por las hadas, sentí que el suelo se hundía bajo mis pies. Mi compañero había terminado de limpiar su parte de la ventana y había pulsado el botón de descenso de la barquilla. Tocábamos asfalto y ya no podía verlo. Todo se había acabado.
Fuera de concurso


Las ensoñaciones suelen se perfectas, cómo no van a serlo los sueños a medida. Pero más pronto que tarde, como a tu protagonista, sucede algo que recuerda que no queda otra que poner los pies en el suelo .Qué poco dura lo bueno.
Un abrazo, Belén