Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

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La suegra y la puta

Con sus setenta y cinco años mal llevados y una delgadez anoréxica Clara corrió, dando tumbos y despavorida, a sus aposentos (a su habitación de esa gran casa de pueblo que había comprado junto a su marido con quien, desde hacía años, ya no tenía relaciones sexuales). Se sujetaba con fuerza en la barandilla de las escaleras para no caerse. Iba un poco ebria. Su pequeño y escuálido cuerpo -dañado por problemas en la columna cervical por haber cuidado con esmero y mucho amor a sus progenitores- se bamboleaba como una pluma y su pelo corto sucio y nunca acicalado le daban un aspecto de loca de atar. No era, en absoluto, por naturaleza, descuidada con su aseo personal, pero, desde que la familia del marido y él mismo la engañaron prácticamente, obligándola a vivir en ese pueblo miserable de gente cutre y envidiosa, se había descuidado en el aseo personal y en el tinte del cabello. En realidad, tan solo se duchaba una vez por semana, como mucho, y hacía meses que ya no se teñía las canas. Su suegra -el sujeto del engaño, con quien le tocaba convivir, junto a él, seis meses al año- la había puesto por sobrenombre Gitana Putana, porque nunca la había aceptado por haberse quedado en cinta antes de casarse y también debido su aspecto desaliñado y porque, en el fondo, no compartía sus ideas políticas: la vieja, llamada Coruja -con cien años y un gran orgullo pacato de su época- era una facha de las de toda la vida y ella, republicana hasta la médula que cultivaba petunias con los colores gualdo, beremellón y morado en el patio. Pero a la abuela también le hacían gracia los pareados, ya fueran éstos consonantes o asonantes; le daba igual. Se creía poetisa porque había leído algo de los grandes poetas de los siglos XIX y principios del XX en el colegio y porque, a posteriori, había ganado algún concurso barato de poesía. Sin embargo, con el paso de los años y su casamiento con el ricachón del pueblo y el cuidado de los hijos, se había olvidado de volver a leer y se había convertido en una rica paleta y únicamente, lectora de las revistas del corazón.

– ¡Gitana Putana no usa la palangana!- Solía gritarle Coruja desde su dormitorio, antes de acostarse, a lo que Clara la respondía “¡Ojalá te mueras, Contreras!”

De modo que suegra y nuera se odiaban a rabiar. Pero no les quedaba otra que convivir durante seis meses al año; los otros seis meses la abuela los pasaba con la cuñada, la hermana del hijo, una cara dura “vivalavirgen” que manipulaba a los suyos a su antojo con tal de vivir “ a tope”.

  • ¡No quiero comer lentejas! ¡No me gustan, leñes!

Solía gritar la abuela cada vez que se las ponían a la mesa. Entonces, Clara la lanzaba una profunda mirada de odio y la vieja se callaba y se ponía manos a la obra con las legumbres.

Lo que más le dolía a Clara era que su marido -un grande y ñoño calzonazos, que ponía por delante a su madre frente a ella misma, su mujer- no le había contado la verdad de sus planes y prácticamente, la había obligado a trasladarse de la gran ciudad -su ciudad de toda la vida-, a este “cutrerío” de aldea llena de miserias y de gente soberbia y altamente envidiosa y cotilla.

  • ¡Tengo que hablar con Paprika! -el sobrenombre que Clara le había puesto a su marido porque a él le encantaba poner este sucedáneo del pimentón en las comidas que preparaba; se consideraba un gran chef, pero ella no soportaba tanto sabor en cada plato.

    Todas las mañanas, Clara se desayunaba haciéndose ese propósito para revertir la situación con la abuela, pero, luego, reculaba y no lo hacía. Por ello, su autoestima bajaba por momentos y ya habían pasado tres meses desde que la vieja vivía con ellos y le quedaban otros tres, que no sabía si podría soportar…

    Sus amistades ya estaban más que hartas de escuchar su misma y repetitiva historia porque no parecía que fuera a ponerle solución: se había metido en un círculo vicioso y por eso, cada vez bebía más cervezas; podía liquidarse hasta ocho diariamente. Ese era otro de los motivos, su incipiente alcoholismo, por el que la suegra contínuamente se mofaba de ella. En realidad, era una mala persona, que, en sus años jóvenes, se había casado con el guapo del pueblo, por lo que se le había subido el pavo a la cabeza, y, desde entonces, ya nunca más se le había bajado.

    Clara comenzó a idear una estrategia para escaparse, pero su permiso de conducir llevaba años caducado y tampoco podía andar en bicicleta para ir a la parada de autobús que la llevase a la capital. Dependía totalmente de su marido, tanto económicamente, como a nivel de movilidad. Se sentía como Juana la Loca en la torre de su castillo castellano. Para ella la torre era su propio dormitorio, donde gastaba la mayor parte del tiempo ya que la vieja se pasaba el día frente al televisor del salón, viendo programas del cotilleo y concursos que ella detestaba. Así, comenzó a tener episodios de claustrofobia y devaneos de irrealidad. Gracias a que, al menos, se evadía chateando con supuestos futuros amantes por Internet, uno de los cuales, conociendo su trágica historia, se ofreció ir a recogerla una buena noche, cuando el resto de la familia dormía, y, de este modo, “escaparla” para siempre. Pero con el poco dinero que, legalmente, a ella le correspondería de la pensión de su marido, no podía vivir y ya casi no le quedaban ahorros…

La idea de escaparse con un hombre desconocido fue desechada por su mente, a los pocos días de contactar con ese tipo. Pero comenzó a amañar una solución con motivo de la inminente boda de su hijo mayor, divorciado de su segunda y esquizofrénica mujer y, ahora, saliendo con una joven veinte años menor que él, pero muy fogosa en la cama y, a decir verdad, amante de sus dos hijos.

  • La boda será mi solución. Como la celebraremos en la capital, una vez hayamos realizado la posterior fiesta, con la mayoría de los invitados y mi marido borrachos, será cuando me las pire...- Le comentó a una amiga por teléfono.

  • ¿Y cuando tu marido se de cuenta de que ya no estás..?- Le inquirió ella…

  • Yo ya habré vuelto a mi casa rauda y veloz en un AVE y ya no podrá hacer nada porque, al día siguiente, habré cambiado la cerradura y habré llamado a mi abogado para comenzar los trámites del divorcio- La respondió ella.

  • ¿Y de qué vivirás..?- Preguntó su amiga muy preocupada porque pensaba que se le había ido la olla, que había perdido la cabeza.

Clara se arrascó el pelo con fruición y se dio cuenta de que debía cambiar totalmente de vida. Los trenes solamente pasan una vez y no estaba dispuesta a perder éste. O escapar o acabar completamente loca.

  • Cuidaré ancianas, lo mismo que cuidé de mis padres. Soy experta en ello. Además, me gusta. ¡Volveré a vivir! Mis hijos ya son mayores y tienen trabajo y parejas. Yo no tengo nada, más que mierda- la respondió Clara con amargura, la voz quebrada y bebiendo la séptima cerveza del día.

Después de la conversación con su amiga íntima de la capital, se tambaleó para ir al baño y darse una ducha con el objetivo de que la melopea se le pasase. Pero tropezó con el inodoro y cayó al suelo de golpe. Su nuca golpeó una esquina del lavabo. Se hizo una brecha y comenzó a salir sangre a borbotones. En ese momento, fruto del ruido que la caída había producido, apareció la abuela y pegó una sonora carcajada.

  • ¡Puta y borracha! Si es que lo tienes todo- la gritó despectiva.

Clara estaba inconsciente. Su marido había ido a los ensayos del curso de gaita montañera al que se había apuntado -se sumaba a cualquier actividad organizada en el pueblo y en aldeas cercanas con tal de no estar con ella porque él hacía tiempo que ya no la quería.

La vieja bajó al cuarto de la limpieza a por una fregona. Volvió a subir rápidamente y limpió la sangre producida por la herida de Clara. Había dejado de sangrar y la mujer se despertaba lentamente. Cuando recuperó del todo la consciencia, levantó la cabeza y se percató de que la vieja la miraba irónicamente y elevaba las manos hacia la cabeza en señal de drama.

  • ¡Ay, Dios mío, Dios mío, no eres más tonta porque no te entrenas! Anda, acuéstate, que cada día bebes más y nos vas a dar un disgusto. Deberíamos recluirte en un psiquiátrico y quitarte a tus hijos porque nunca los has sabido cuidar- La gritó con un odio despectivo.

En ese mismo instante, Clara se levantó agarrando el lavabo con ambas manos. Se incorporó, miró a la abuela con ira y la propinó una bofetada que la hizo caer en redondo por las escaleras.

  • ¡A ver si te mueres, hija de puta!- La grito iracunda.

Pero a pesar de las tres vueltas y de haber caído de golpe, la vieja, que parecía inmortal -provenía de una familia longeva-, se reincorporó rápidamente y la hizo un corte de mangas y entró en el salón para ver su nuevo programa concurso.

Clara ardió por dentro. Pensar que la madre de su marido que, cuando fue a conocer a sus propios padres para el casamiento y estando ella en cinta de su primer hijo, la llamó puta a la cara, en su propia casa, siempre, la había encendido como un volcán en llamas. Y ahora, tenían que vivir juntas básicamente porque su cuñada, la única hermana de su marido, había manipulado los hilos (y éste se había dejado manipular) para tener a la madre por temporadas. Pero, claro, la manipuladora se había llevado la mejor parte del pastel porque los seis meses que se quedaba con ella eran los del otoño y el invierno, mientras que a Clara le tocaba los de la primavera y el verano.

Llegó el día de la boda del hijo de Clara. La relación con su suegra había empeorado a marchas forzadas: ésta la provocaba cada vez más y Clara, que tenía buen corazón, entraba a saco, por lo que su casa ya era un polvorín a toda regla.

Se puso su vestido de cuando se había casado con Paprika; seguía queriéndole. El, sin embargo, ya no la quería ni un ápice. Y ella lo sabía y le dolía. Pero ahora, tenía que pasar de la abuela y concentrar todas sus energías en el casamiento de su “adorado retoño” (como acostumbraba a llamarle cuando ambos se quedaban solos y leían literatura fantástica). Y, al mismo tiempo, debía acabar de urdir la perfecta estrategia para “largarse” de su propia casa y comenzar una vida total y absolutamente nueva.

  • ¡Nunca es tarde para empezar!- Llevaba días diciéndose esta frase a sí misma- ¡Aunque yo ya sea vieja, nunca es tarde!- Se repetía con lágrimas en los ojos. Lo peor era que, en el fondo de su alma, sabía perfectamente que ya era muy tarde, pero no soportaba esa situación. Días atrás, había puesto un anuncio en internet para trabajar cuidando ancianos, pero la suegra, más lista que el hambre, le había copiado la clave para entrar en su ordenador, había localizado el anuncio y se lo había eliminado. En el fondo, no quería tanto fastidiarla, sino no quedarse sola con su propio hijo, bastante desordenado y un patán en lo que a cuidados a mayores se refiere. Y tampoco la odiaba tanto: solamente, miraba por sus propios intereses porque, la verdad, es que antes de que el matrimonio se mudara a la casa, ella había intentado que sus hijos contrataran a una cuidadora, pero la oposición de la hermana (muy miserable con el dinero donde las haya) había sido tan férrea que nunca más volvió a sacar el tema.

Terminó la ceremonia religiosa en la parroquia del barrio y Clara y Paprika salieron cogidos del brazo, como cuando novios, años ha, y a ella le picaban los ojos por los espesos lagrimones que se le habían caído por ambas mejillas. Era una sentimental y, sobre todo, la madre del novio.

El banquete, en uno de los restaurantes más caros de la ciudad, congregó a más de cien personas y la música en directo les hizo bailar a todos, hasta bien entrada la medianoche.

En el pico de la fiesta, Clara realizó una llamada y se excusó para ir al baño. A uno de los camareros, el día anterior le había dado un dinero para que guardara la maleta del equipaje de su viaje furtivo. El chico, latinoamericano bien fornido, se la entregó rápidamente y un taxi negro -para confundirse con la noche- la estaba esperando a la puerta del establecimiento. Entró rápidamente, pero, de forma repentina, su espalda le jugó una mala pasada y se cayó. ¡Tenía que ser precisamente, ese día cuando su espalda volviese a darle guerra! El camarero del restaurante y el taxista acudieron a su auxilio y ella comenzó a gritar de dolor. Tan fuertes se tornaron los gritos, que unos invitados al banquete fueron alertados por ellos y salieron y vieron la situación. Empezaron a gritar su nombre, por lo que otros invitados también fueron avisados por la dirección del restaurante y, al final, todos estaban en la calle intentando ayudar a Clara, en medio de sus aullidos de dolor y numerosos juramentos contra la Providencia. Paprika y los novios corrieron hacia ella, pero ésta les auyentó con un manotazo. La suegra, llegó en último lugar con media sonrisa y un frasco de un líquido en la mano izquierda. Clara la miró con odio y la vieja le volvió a dar un corte de mangas, en este caso, muy suave y tenue, con mucha elegancia para que nadie se enterara, pero tan contundente como un martillazo sobre un clavo sujetador de las vigas soporte de una casa de pueblo, su casa….Su propia casa, de ese ruin y asqueroso y envidioso pueblo, a la que, días después, de una corta hospitalización y varias inyecciones de los más fuertes calmantes para su espina dorsal, la dejaran prácticamente grogui para el resto de sus días…Pero junto a la inmortal y omnipresente suegra. Esa suegra que, aún, después de tantos y tantos años, la continuaba considerando una puta por haberse casado preñada con su adorado hijo calzonazos.

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