50. A 37 grados bajo el edredón
Los informativos anunciaron una ola de frío polar, y no se equivocaron. Últimamente, las acertaban todas. Se colaba hasta los huesos. Por el día, lo normal, camisetas, suéteres, chaquetas… ¿Y la bufanda? Vale, la llevo. Beso, adiós, y cada uno a su trabajo. Pero cuando llegaba la noche, bajo los cojines desterrados al pie de la cama, de las mantas dobladas estratégicamente sobre el edredón, y de las sábanas de franela, los helados pies de ella, brrr, reptaban y se entremetían buscando el calor de los suyos, convenientemente calefactados en sus calcetines de lana con borreguitos -uy, qué rico-. A veces se le pasaba por la cabeza preguntarse cómo, después de tanto tiempo durmiendo juntos, continuaba haciéndolo. Pero, la verdad, ni se lo preguntaba, o mejor aún, nunca se preocupó por encontrar una respuesta satisfactoria al dicho fenómeno invernal. Mientras, se dejaba hacer, y no dejaba de asombrarse por el hecho cierto de que, si bien él se los ponía, la encargada de reponer los calcetines de la cajonera plástica de los chinos, era su mujer.
En las parejas que llevan mucho tiempo viviendo juntas se producen sobreentendidos, situaciones repetidas que bien pudieran ser de otra manera, por por algún acuerdo tácito no varían.
El frío que esta mujer siente de manera casi enfermiza quizá podría paliarlo con calcetines de lana, igual que su marido, pero en lugar de procurarse otros, o de utilizar los suyos, prefiere que sea él quien los lleve y que sea, él también, el alivio preferido para paliar esa baja temperatura de sus extremidades inferiores.
Un relato que hace cierto el dicho de «el roce hace el cariño».
Un abrazo y suerte, José Ignacio
Gracias, Ángel por tus comentarios. Como has visto, el tema que he elegido es el frío y lo he contextualizado en esta historia doméstica queriéndole dar un toque divertido. Espero que te haya gustado.