49. A través del tiempo (Javier Igarreta)
Huérfano de madre, Toñín atesoraba una larga lista de trastadas. Todos culpaban a Lorenzo, su despreocupado progenitor, que sólo se sintió afectado cuando desapareció el Roskopf. Aquel reloj permanecía guardado como oro en paño. El abuelo lo había traído del frente, tras rescatarlo del pecho destrozado de un camarada.
Fue precisamente Toñín quien, quizás excesivamente alarmado, constató la falta del peluco, desechando a renglón seguido su culpabilidad. El incidente, por otra parte nunca aclarado, precipitó los acontecimientos, haciendo que finalmente Lorenzo aprovechara los buenos oficios de don Ramón, el cura del pueblo.
Ya en el internado, Toñín escuchó una tarde una propuesta de Inocencio, un muchacho al que todos evitaban. Tras un instintivo escalofrío aceptó su reto de “un viaje al fin de la noche”. Antes del amanecer descendieron hasta el inframundo del complejo asistencial. Una luz mortecina apenas si iluminaba el suelo mucilaginoso del laberíntico sótano, donde el murmullo de las cañerías hacía de contrapunto al cuchicheo de las ratas. Abducido por el crescendo de un insistente tic-tac, Toñín encontró acomodo en un recinto acerado, junto a los zombies que activaban frenéticamente el vaivén del tiempo. Tras el cristal craquelado del artefacto amanecían lejanas llamaradas bélicas.
Un relato lleno de potencia expresiva, con la que dibujas un mundo paralelo, mágico y muy inquietante, lleno de simbolismos, con la guerra como mal que, de forma subterránea, pero siempre presente, viene a ser el cimiento ineludible del ser humano a través de la historia.
Un abrazo y suerte, Javier
Muchas gracias Ángel, por tu comentario. Tienes razón, la violencia en forma de guerra, como dijo no sé quién, sigue siendo la partera de la historia. Mientras podamos seguiremos disfrutando del remanso de paz de la escritura. Gracias y un fuerte abrazo.