54. ACTA EST FABULA (La Marca Amarilla)
Tras una jornada agotadora de trabajo (de aquellas que algunos comerciales conocen, siempre de aquí para allá, de una ciudad a otra, con el coche como segunda, tercera, o cuarta residencia…) lo que menos le apetecía era llegar a casa y encontrarse en el sofá a su mujer… y a su suegra.
Se quedó petrificado cuando las vio charlando tan animadas, su mujer reaccionó sirviéndole un güiski de su marca preferida, y su suegra sonrió sorprendida, siempre pensó que él no bebía alcohol.
De la conversación que mantuvieron recuerda muy poco, su mujer dijo estar sorprendida porque él nunca le había dicho que tenía una tía lejana, y su suegra comentó que estaba asombrada por la casa tan bonita que tenían y por esos dos niños preciosos a los que no conocía.
Él no salía del pasmo ante aquella situación digna de cualquier vodevil sobre la vida de un torpe bígamo, a pocos días de dejar de serlo.
Mantener una doble vida como la de tu protagonista no puede durar. El disimulo y el teatro es imposible de mantener de forma eterna, tampoco debe de haber cuerpo que lo resista.
Un relato en el que lo que comienza como una cadena de descubrimientos que siembran el asombro, solo puede terminar en un drama, con la rebaja de tanto exceso, tan arduo de solventar. Puede que tenga que elegir entre una familia u otra, o que pierda a las dos, por aquello de «días de mucho, vísperas de poco», o «quien mucho abarca poco aprieta».
No sabemos cuál será el desenlace definitivo, sí que ha jugado las cartas de un juego cuyas reglas van a cambiar.
Un abrazo y suerte, Marca
Ay, esa suegra – «tía lejana» – investigadora que descubrió el pastel…
Sorprendente relato, con la información que el lector va poniendo en su sitio,hasta esa frase final premonitoria.
Un beso,
Carme.