94. Adolescencia
Miré el reloj y me di cuenta de que la tormenta estaba a punto de estallar en casa así que me atrincheré en la cocina. Justo a tiempo: cuando cerré la puerta ya se empezaba a escuchar ruido de armarios al final del pasillo. Cogí una taza, puse una bolsita de infusión de tila y melisa y eché agua hirviendo por encima. A pesar de la puerta cerrada se podía escuchar una voz irritada, alguna que otra interjección de rabia y el sonido de cajones que se cerraban con fuerza. Sentada en la cocina miré mi infusión humeante. Tomé el primer sorbo; quemaba un poco. Mientras soplaba la tila me sorprendió no oír nada. Me asomé al pasillo y fui andando despacio hasta la habitación de mi hija. Me asomé: estaba sentada, con la cabeza metida entre las rodillas, rodeada de ropa por todas partes. De vez en cuando se escuchaba su suave llanto. Aunque ya sabía la respuesta, pregunté: “¿Qué te pasa, cariño?” Ella, con desesperación, me miró y me contestó lo mismo que todos los sábados por la tarde: “No tengo nada qué ponerme…”
¡Felicidades, Isabel! Me alegro de que Jams ponga enlaces para poder leeros. A veces no paramos a leer lo que debiéramos. Menos mal que está el «justo» jurado. Es un gran relato. Me has liado. Pensé que ibas por temas más turbios… Pero, en realidad, ¿qué puede haber más turbio que la adolescencia? Muy bueno. 🙂
Muchísimas gracias por tus palabras, Nuria. Un abrazo