61. Al fin libre (Alberto BF)
Tenía claro cuál era su refugio. Cuando las cosas no iban bien, que últimamente sucedía con frecuencia, siempre acudía a él.
Ubicado en una zona empobrecida a las afueras de la ciudad, ofrecía unas vistas dignas de cualquier catálogo de viajes con encanto. La sierra, a veces nevada, era su principal atractivo, a la que había que añadir pequeños pueblos que apenas se alcanzaban a ver, pero le daban un toque panorámico de primer nivel. Estar ubicado en una décima planta con ascensor estropeado debía tener al menos algo positivo.
Cada vez que subía al piso lo primero que hacía era descalzarse, encaminarse a su rincón favorito, abrir la portezuela y aferrarse a la barandilla mirando el precioso horizonte. Pese a llevar muchos años disfrutando del paisaje, nunca dejó de tener un poco de vértigo si miraba hacia abajo.
Hoy no quiso agarrarse. Por primera vez tomaría las riendas de su vida de mierda. Mientras la acera se acercaba de manera vertiginosa, con el aire despeinando sus cabellos, pudo sentir los últimos segundos de libertad de su tormentosa existencia.
Un balcón puede ser un refugio del que evadirse de una realidad ingrata. Si tiene buenas vistas hace olvidar las tensiones que atenazan, al menos durante unos momentos, para quienes saben abandonarse a los encantos de la naturaleza. La opción de escapar de los problemas también está ahí, solo hay que asomarse y dejarse caer, parece mentira lo fácil y rápido que resulta terminar con todo si se así se quiere. Un subidón de adrenalina, un instante de dolor y pasaporte directo a la liberación definitiva, al menos que sepamos. La primera experiencia se puede repetir, la segunda solo permite un uso, sin vuelta atrás.
La crónica intensa de un hombre sin esperanza
Un abrazo y suerte, Alberto
Muchas gracias, Ángel. Siempre leyendo tarde tus comentarios, pero muy agradecido de recibirlos. Un abrazo!