68. Amor sin fronteras
Faltaba una hora para abrir el Gran Casino y la jefa de sala estaba inquieta, muy inquieta. Llevaba así varios días esperando una nueva remesa de naipes que llegaban tarde. Por fin le avisaron que ya estaban separando y clasificándolos, esperando su conformidad para distribuirlos según el juego. Ella llegó arrebolada, conteniendo la respiración y las dudas que le amordazaban los pensamientos. Pero, allí estaba. Como en los últimos pedidos desde su visita a la fábrica: una baraja roja con las cincuenta y dos cartas iguales. No traía ningún distintivo, más ella se sabía la destinataria.
A kilómetros de allí, en la planta de producción de la empresa más famosa del país estaban desorientados. Desde hacía unos meses, en cada expedición al Casino, la máquina lanzaba un mazo completo con la misma figura, la Reina de corazones, que desaparecía antes del control en un recodo del mecanismo. No habían conseguido encontrar el fallo.
Va a ser verdad esa sentencia que dice que «el corazón tiene razones que la razón no entiende». En la fábrica no encuentran ezplicación para esa anomalía cíclica sin embargo, la destinataria lo tiene muy claro, porque ella es todo corazón.
Un saludo y suerte, Esther