05. ARNOLD
Cada vez que iba por aquella zona del barrio no podía evitar mirar, hecha un manojo de nervios, a ambos lados de la acera que tenía que recorrer para ir a los recados. No había otro camino y, con demasiada frecuencia, me encontraba con Arnold doblando la esquina.
Aquel tipo era pendenciero, chulo y muy agresivo. Al divisarlo, yo me hacía pequeñita, caminando muy despacio para que no me viera, pero no me servía de nada porque, invariablemente, me detectaba y echaba a correr hacia mí para atacarme de todas las formas posibles.
Entonces yo empezaba a correr también, como pollo sin cabeza, buscando una guarida donde esconderme, pero las aceras de vecinos, con todos los portales cerrados, no me ayudaban nada y, casi siempre, Arnold me daba alcance y…Bueno, otra vez llegaba a casa magullada, sangrando y traumatizada por la experiencia.
No supe lo que era no tener miedo a salir sola a la calle hasta que nos cambiamos de barrio y ahora, que hace ya muchas décadas que dejé atrás la niñez, sonrío al recordar que Arnold era tan solo un pequinés de mierda, un perro-llavero, como decía mi madre partiéndose de la risa.
Los perros son animales muy inteligentes, precisamente por ello, pueden haber pasado algún trauma que les haga actuar de forma peligrosa, o necesitar de alguna corrección, su mundo no es el nuestro, aunque a veces lo parezca. Todo se puede remediar y todo se aprende, pero es necesaria educación y paciencia. Los perros, en eso, no son tan distintos a las personas. Puede que lo único que precisaba este pequinés fuese mostrarle que la niña no era ninguna amenaza.
En todo caso, la angustia y el miedo de esta pequeña quedaron superados con los años, tanto, que del pánico pasó a la sonrisa al recordar aquellos episodios. Es posible imaginar que Arnold, algún día, se encontró con la horma de su zapato, alguien que le plantó cara, quizá también la niña aprendió a hacerse respetar.
Un abrazo y suerte, Puri
Hola Puri
Nos la has dado con queso, al final era un minichucho. Me ha recordado al pueblo de mis padres, cuando de niño subía a la granja a por huevos. En la era antes de llegar cuatro perros guardianes vigilaban los alrededores. Aquello era un sinvivir. Eran inmensos, o eso me parecía. Salía por patas, aterrorizado, volviendo la cabeza por si alguno escapaba.
Buen micro. Mucha suerte.
¡Saludos!