86. Ausencias
Los hermanos no la llamaban. Se levantaba a menudo en medio de la noche para estar segura de que el teléfono funcionaba. Se volvía resignada a la cama con aquella tristeza suya. En las exequias los echó de menos y también en el reparto de la herencia. No acudieron y ella se quedó con las deudas y las fisuras del caserón. Subió al desván, recogió los cachivaches, las ropas y las fotos de antaño. Antes de cerrar la buhardilla decidió dejar para siempre en el armario a las gemelas, al mayor y al peque. Quizá el hijo único de los nuevos inquilinos se alegre de saber que a los hermanos invisibles siempre les apetece jugar. Y que además nunca crecen.
Tu protagonista hubiese querido tener hermanos, compartir con ellos juegos y vivencias. A falta de su presencia, su imaginación los creó, pero por fértil que fuese, la fuerza de la ausencia se impuso; el que ni siquiera hicieran acto de presencia a la muerte de los padres y con el reparto de la herencia demuestra que nunca existieron. Pese a todo, fueron un apoyo en su vida, por eso desea que el hijo único que va a ocupar la casa familiar disfrute también de su compañía.
Un abrazo y suerte, Mei