45. Autenticidad
Hace tiempo que casi todo el mundo perdió la capacidad de llorar. Los pocos que la conservan permanecen anónimos y aunque se rumorea que todavía quedan plañideras de verdad, nadie parece haberlas visto nunca. De la noche a la mañana surgieron libros con instrucciones para el llanto que avergonzarían a Cortázar y poco tiempo después el precio de las cebollas se puso por las nubes. Hoy son un lujo. Las más baratas son las amarillas y aún así solo se compran en ocasiones especiales, como en Navidad, una época en la que está mal visto no expresar consternación ante los problemas que acucian a la humanidad. El resultado a duras penas se acerca al original. La cebolla amarilla es suave y produce un sollozo liviano, casi postizo, incluso poco fiable, como el del cocodrilo que llora sobre su presa antes de devorarla.
En casa no alcanza el dinero para cebollas así que en Nochebuena cenamos la sopa que cocinaba mi madre por esas fechas. Nada más le llega el aroma, mi padre comienza a llorar de forma espontánea y genuina. El secreto está en el sabor. Las lágrimas de cebolla son saladas, las de mi padre, en cambio, son amargas.
Una sociedad que ha perdido la capacidad de llorar y de conmoverse es una colectividad enferma. Que las únicas lágrimas que broten sean de nostalgia por lo perdido y amargura no hacen sino constatar la primera afirmación.
Una distopía temible, con un mensaje que puede parecer inocente, pero no lo es, porque hace alusión a un mal actual: la deshumanización, todo ello en un contexto imaginativo, que hace creer que puede ser posible.
Un abrazo y suerte, Lluís
Gracias, Ángel. Me inspiraron esos días navideños donde parece que todo nos empuja a conmovernos y ser más humanos, lo cual no tiene nada de malo, aunque el resto del año también sería necesario mantener viva esa sensibilidad. Como siempre, tus comentarios le sacan brillo al relato. Suerte también para ti y un abrazo de vuelta.
Interesante propuesta la de ese mundo que ha perdido la capacidad de llorar. Me quedo con las ganas de saber entre qué otras coordenadas se mueven esos individuos, un tanto deshumanizados. Me parece un relato que podría tener un recorrido mayor. Inspira otras ideas: un mundo posible de ficción. Un saludo, Lluís.
Gracias por tu comentario Bea. Tienes razón, seguramente se podría desarrollar más ese mundo, aunque, desde otro punto de vista, el género del microrrelato ofrece la posibilidad de esbozar y condensar un mundo entero en unas líneas para provocar que sea el lector el que imagine lo que no se explica de él. Saludos.
He leído el micro sin saber conocer su autoría. Me ha parecido estupendo. Una maravillosa forma de demostrar la hipocresía que demostramos en algunos momentos de nuestra vida, conmoviéndonos por cosas que el resto del tiempo no miramos ni de reojo. La verdad, es que, sin irnos al extremo del relato, el día a día nos lleva por derroteros de rutina que seguramente nos deshumanizan.
Cuando he visto quién lo había escrito, no me ha sorprendido. Hasta ahora, todo lo que he leído tuyo me ha gustado. Un abrazo, Lluís.
Muchas gracias, Aurora, me alegro de que te guste. Especialmente de la manera en que me lo cuentas que, siguiendo con el tema, le da tanta autenticidad a lo que me dices. Halagado y muy motivado a seguir escribiendo con tu comentario ¡Un abrazo!
Maravilloso relato Lluís. Es una verdadera joyita. Te doy mi enhorabuena por él y te deseo mucha suerte.
Saludos.
Muchas gracias, Nuria. Aprovecho para felicitarte por esa final de REC. Un abrazo.
Poco más te puedo comentar sobre el relato, lo han dicho todo los compañeros, solamente que me gustaría saber más sobre ese hipotético futuro. Muy bien narrado. Un beso.
Gracias Maite. Me gusta cuando comentáis que os interesa el mundo en que se desarrolla el relato porque eso significa que he podido condensar un universo sugerente en pocas palabras. Besos.
Una distopía terrible. ¿Qué hay peor que no poder llorar en esos momentos en que lo requieren los sentimientos?
Muy buen relato, Lluís. Te deseo mucha suerte.
Besos apretados.