42. Ayer
La luz del atardecer de otoño iluminaba el viejo paraguas de madera, reclamo de la antigua sombrerería que ocupaba un local de la calle más comercial de la gran ciudad.
En la fachada, aparte de la imagen publicitaria, un reloj señalaba las horas con algunas notas de piano de Chopin, y un gran escaparate mostraba toda su artesanal oferta. En su interior, estanterías cargadas de sombreros, gorras, boinas y monteras, algún tocado de mujer, y un par de solideos y birretes; dos paragüeros en una esquina y una percha con cinturones de cuero en la otra; todo ello cubierto por una fina capa de polvo. En el centro, la mesa con la escribanía y cientos de papeles en un perfecto desorden y, sentado tras ella, el dueño del establecimiento tomando notas en su libro de cuentas bajo la luz mortecina de la lámpara con tres de las seis bombillas encendidas.
Me gustaba pararme y escuchar como el reloj desgranaba el ocaso en forma de Nocturno, hasta que un día, una tormenta descargó su furia en la ciudad y arrastró el paraguas. El reloj de cuco entonces se paró y el polvo se enseñoreó para siempre del pasado.
Cuadro pintado a base de certeros brochazos en forma de palabras atinadas que sugieren imágenes y sentimientos.
Un establecimiento que resiste al paso del tiempo, casi como si se hubiera detenido. Sin embargo, nada ni nadie puede resistirse a una fuerza como esa. Finalmente, el reloj particular de ese local se para, como no podía ser de otra forma.
Un relato lleno de simbolismos, con un paraguas de madera que comienza renqueante, como reliquia de otra época, hasta terminar difuminado, igual que el entorno al que pertenecía y el mundo que conoció.
Un relato sobre el paso inexorable del tiempo, con ese dicho de fondo que dice que nada es para siempre, por lo que no es posible que el ayer pueda ser presente.
Un abrazo y suerte, Ezequiel
El reloj como corazón que mantiene con vida un paisaje con vocación de naturaleza muerta. Todo un canto a la nostalgia. Suerte.
Gracias, Edita. Los objetos tienen mucho poder de evocación
Hola Ángel.
Como te he dicho en otras ocasiones, uno de los grandes placeres de escribir es recibir y comentario
Gracias Antonio. La naturaleza muerta, cuando revive, se llama nostalgia