53. Balada triste de corneta para un soldadito español (María José Escudero)
Nunca le gustó el verde caqui, le provocaba desaliento y, aunque su familia no lo aprobara, su uniforme consistía en camisa holgada y vaquero desgastado. Tampoco le gustaba aquel corte de pelo, se sentía desnudo sin su melena desigual, y en Burgos hacía tanto frío… Le permitieron llevar la guitarra, pero allí no podía tocar “Desolation row”— los otros reclutas sólo demandaban rumbas flamencas y canciones de La Tuna—. Debió haberse declarado insumiso o, por lo menos, objetor, pero le faltó coraje y no supo defender sus convicciones.
Permanecer firme en la puerta de Capitanía con el fusil al hombro le consumía y un hormigueo incómodo oprimía su alma libertaria y, por más que lo intentaba, jamás consiguió aceptar aquel exilio. En los ratos solitarios de litera se evadía con la bruma de un canuto y volaba hasta los acantilados de su tierra para asomarse al Mirador de los Tranquilos. Hasta que una noche la tristeza le fue cercando sigilosa y el cuartel despertó sobresaltado. Lo encontraron envuelto en sus alas invisibles, con la mirada clavada en el vacío: “Un lamentable accidente”, rezaba en el informe que temblaba en las manos de su padre, un reputado Comandante del Ejército.
Hola, Mª José. La vida castrense es algo que requiere vocación, estoy convencido de ello. Por eso, me parece adecuado que hoy en día se trate de algo opcional que se escoge como profesión. Lo ideal sería que lo militar no existiera, porque significaría que vivimos en mundo idílico, por desgracia eso no es así, pero no quiero entrar en disquisiciones de si ejército sí o ejército no.
A mí me tocó hacer la mili y todos los que la hicimos tenemos historias que contar, unas buenas y otras no tanto. Imaginemos una persona joven, inmadura (muy verde), que no ha salido nunca antes de su asa o de su ciudad, con un carácter débil, obligada o condicionada a estar donde no quiere estar… Un cóctel explosivo que puede acabar estallando sin prender demasiado la mecha.
Una historia triste, muy bien contada. Te felicito.
Estoy encantado de haberte conocido y de poner cara y personalidad a tus escritos. Un fuerte abrazo.
Si mal no recuerdo, fue por el mes de marzo de 2001 cuando el Ministro Trillo nos sorprendió con una de sus frases memorables: «Señores, se acabó la mili». Y muchos, muchos jóvenes respiraron tranquilos. Como tú, también opino que fue una idea acertada profesionalizar el ejército porque requiere aptitud y porque,efectivamente, no vivimos en un mundo ideal. Los que hicisteis la mili y además tenéis sensibilidad,gardaréis recuerdos imborrables para contar con otra mirada.
Ha sido un placer conocerte y espero que sigamos viéndonos en sucesivos encuentros entecianos. Es verdad que es importante poner cara a los textos. A mí me encanta descubrir que los compañeros a los que admiro son «normales» y accesibles. Muchísimas gracias por la visita y por el comentario. Un abrazo, Barceló.
A nivel personal te cuento que, al igual que el apreciado tocayo que me precede con su comentario, también tuve que hacer eso que llamaban «la mili», además, en Capitanía. Como él, hombre sensato, tampoco quiero entrar en el anacronismo que esa obligación establecida suponía ya en sus últimos tiempos en una sociedad formada, que sentía en general aquel año como el «exilio» que mencionas. Tu relato me ha sugerido más bien algo distinto, el hecho de que alguna vez me he preguntado el motivo por el que existe tan escasa literatura sobre el servicio militar obligatorio, algo que llenaba tantas conversaciones masculinas, plagadas de interminables «batallitas». Llama la atención y de forma grata que traigas a colación una historia ambientada en aquellos escenarios teñidos de verde caqui, con un joven sensible que no acababa de comprender el sentido de esos meses que, como decía Víctor Manuel en una canción, eran «robados». Una rebeldía que conduce a tu personaje a un final desgraciado, en el que se aporta el dato de la lucha interior que mantenía, contra una costumbre que le venia de familia, con la desolación de un padre que, lejos de ver ver continuidad en su profesión y valores, ha de lidiar con la pérdida de un hijo.
En cuanto al título, la expresión «soldadito español», presente en la letra de un pasodoble militar, casa muy bien con aquellos reclutas que no lo hubieran sido de no haber habido obligación por medio. La alusión a la película de Alex de la Iglesia, con el cambio de trompeta por «corneta», más castrense, también es apropiada.
Un relato muy bien llevado, ademas de original, por rescatar un tema que da mucho juego.
Un abrazo y suerte, María José
No me extraña que quisiera evadirse y volar, aunque fuera sobre una nube de humo, hasta el Mirador de los Tranquilos. Tampoco que el no alcanzar ese maravilloso lugar, junto a no poder escuchar a Dylan y sentir la sombra vigilante del padre militar, acabara por derrotar a este desdichado soldado, cuyo precioso tiempo de juventud fue robado para servir a un concepto inconcreto, como es la patria…
Enhorabuena María José, suerte y abrazo.
Se cuentan muchas historias graciosas sobre «la mili», muchas batallitas. Pero a mí me parece que debió ser una etapa dura. Por alguna razón había tantos jóvenes intentando librarse. El reclutamiento forzoso significaba un parón tremendo en sus vidas y, en muchos casos,iba incluso en contra de sus ideales y de su carácter. Hay que hablar también de aquellas novatadas que algunos vivieron como un auténtico calvario por lo absurdo y denigrante.
El personaje del relato tiene, además de un carácter pacífico e idealista, que lidiar con una presión familiar tremenda. Por fortuna, en la actualidad es una opción profesional.
Muchísimas gracias, Álvaro por tu visita y por el comentario. Un abrazo.
Supongo que en alguna época el servicio militar obligastorio le sirvió a muchos españoles para salir de casa y conocer España o las otras Españas que representaban el resto de reclutas. Según oí, muchos jóvenes aprendieron a leer y a escribir durantesu ese periodo, y algunos regresaron hasta con carnet de conducir. Pero, efectivamente, con la llegada de la Democracia y a partir de los ochenta algunos jóvenes empezaban a sentir que aquellos meses eran «robados» y que tenía que haber otras alternativas para quellos que se definían pacifistas. Mi intención tampoco es polemizar porque ya no hace falta(creo). Me ha llevado a escribir en esta tonalidad de verde el hecho de haber sabido de algún muchacho que no pudo soportar aquela etapa porque era frágil, pacifista y soñador y sabía que no podía estar a la altura de lo que se esperaba de él. También porque conocí a una madre a la que le comunicaron el «lamentable accidente». Y siempre la quedó, además de un gran dolor, la duda de si fue un accidente o fue un suicidio ya que nunca se lo aclararon. Muchísimas gracias, Ängel. Me encantan tus visitas y tus amables y siempre interesantes comentarios. Un beso.