123. Buen provecho
El abuelo adoraba la buena mesa. Sommelier aficionado y chef vocacional, era capaz de convertir unas acelgas hervidas en un manjar excepcional. Tenía un talento innato para cocinar.
Cierta noche disfrutaba de una cena familiar cuando, de repente, se atragantó con una alcachofa y murió asfixiado por la malvada hortaliza. Su esposa, incapaz de aceptar los hechos, intentó manejar la situación como si se tratase de un episodio pasajero y repetía sin cesar que el abuelo estaba indispuesto. Para templar los nervios, sus hijos le ofrecieron un vasito del vino que aún estaba en la mesa. La mujer dio buena cuenta de la botella entera y después se retiró a descansar. La familia realizó los trámites de rigor y las hijas cuidaron de la viuda, quien en plena madrugada se dedicó a trajinar en la cocina.
Al día siguiente, el finado descansaba en el tanatorio. Yacía en el féretro, muy digno con traje y corbata, y sus manos se unían en el pecho sobre una primorosa fiambrera con croquetas de jamón. La viuda conocía bien los gustos de su esposo y abrigaba la esperanza de que despertase hambriento antes de decidir su epitafio.
Aun con la esperanza que siga en vida, como a todo hombre lo primero es el estómago.
Muy sutil tu humor, trasciende la tragedia.
Un abrazo y suerte.
Caminar la vida con buen humor y la panza contenta siempre es de agradecer.
Gracias y un saludo.