53. Catarsis
Entré en una profunda crisis cuando perdí a mi familia. Me pareció encontrarme al final de un camino cuyo origen no recordaba. Nunca hasta entonces me había preguntado sobre tantas cosas. Sobre la muerte, como horrible quimera, o castigo supremo. La muerte como viejo trilero, escamoteando en un instante la presencia de lo que antes la tenía. Sobre el dolor por la pérdida de lo irreparable: el dolor sin consuelo posible, como herida perenne. Sobre el odio y el amor; tan lejanos y próximos, dispares como polos opuestos, en constante atracción. Sobre lo engañosa que podía ser la existencia.
Pero más que nada me obsesionaba la idea de la familia y sus lazos invisibles, sus prebendas y servidumbres. Y me acuciaba, hasta torturarme, la imagen de los míos aquella noche, con sus cuerpos dormidos bajo las sábanas, tan vulnerables ante la mano ejecutora.
También estaba aquel sonido de fondo, sucediéndose en cadena, incansablemente: el ruido del cristal de la ventana; el clic de la luz de nuestra mesita; el murmullo confuso de los niños arriba, en intempestivo despertar; el crujir de unos pasos por la escalera…; el tono gélido de mi voz diciendo «No temáis nada, que soy yo».
De todas las experiencias es posible extraer una enseñanza, que será mayor cuanto más intenso y profundo haya sido lo vivido. En poco tiempo tu protagonista ha recibido muchas lecciones que nunca olvidará, destacadas con palabras en cursiva, que corresponden a importantes conceptos. Las sutiles reflexiones que las acompañan aportan ligeras pistas que conducen al desenlace final, sin que en ningún momento podamos imaginarlo antes de tiempo. Es de suponer que este personaje, reflexivo, aunque también impetuoso, tendrá tiempo en alguna celda para meditar sobre lo qué hizo, sus motivos y consecuencias. Algo ha de haber aprendido, en especial sobre sí mismo y sus impulsos, aunque al alto precio de suprimir a su familia.
Un drama lleno de profundidad, en el que quien se presenta como víctima termina revelándose como victimario. No es nada fácil meterse en una cabeza enferma. Una catarsis muy conseguida para los lectores.
Un abrazo y suerte, Enrique
Hola, Ángel. Este relato lo escribí a partir de la idea que apunta la última frase, y pronto fui consciente de la dificultad que suponía contarla sin que se adivinara antes de tiempo lo ocurrido. Esta opción de que el personaje meditara sobre ciertos asuntos vitales me pareció útil para distraer lo suficiente la atención del lector hasta el final. Sí que tuve la impresión mientras lo escribía de que su lectura podría resultar peñazo. Me alegro en cualquier caso de que haya producido esas profundas reflexiones por tu parte. En cuanto al personaje, supongo que no anda muy equilibrado y que su capacidad de autoanálisis no será suficiente para reparar sus taras. Muchas gracias por todo, amigo. No sé si vas a la quedada. Espero que sí y que podamos vernos allí. Un fuerte abrazo.