31. CELOS
El lobo observa a la chica escondido tras unos zarzales. Viene sola por el camino que cruza el bosque, cuajado de árboles, arbustos, flores y advertencias. Y baila, como si fuese una mariposa de alas azules y blancas pululando entre margaritas. El lobo sale del zarzal y se pone tras el tronco de un árbol de corteza cubierta de musgo y barro en las raíces. Ahí espera a la bailarina.
Escucha una voz familiar y sus patas tiemblan. La voz habla con la chica del vestido blanco y azul. En unos instantes, el ambiente del bosque se llena de olor a sangre fresca y silencio. El lobo cierra los ojos. Al abrirlos ella está ante él, con su capa roja y una guadaña manchada de sangre entre las manos.
—Te la puedes comer, si quieres —dice la chica. Aparta unos matorrales con la guadaña—. ¿Qué pensabas? ¿Qué no me enteraría de su presencia?
Suelta una carcajada y se va tatareando una canción infantil.
El lobo se sienta junto al tronco del árbol. Atardece y las nubes bajan de las montañas.
—No quería comérmela. Solo quería hablar… hablar con alguien que no sea ella. Solo hablar…
Entonces comienza a llover.
El lobo no es tan malvado como nos lo pintaron, la muerte sí, ella no perdona, cuando considera que ha de tomarse una presa lo hace, sin importarle la edad u otra condición. Lejos de ser una alimaña implacable, un lobo, además, puede tener su corazoncito y otras inquietudes que no sean solo llenar el buche. Caperucita Roja puede no ser la niña desvalida e inocente que creíamos, sino una ser avasallador que no admite competencia ni más atención que la que se le profesa.
Una historia clásica con su típico ambiente boscoso, pero en el que el cuento cambia en un giro de 180 grados.
Un abrazo y suerte, Vicente
Gracias, Ángel
¡Uys, esta caperucita, es la muerte! Muchas versiones se hacen y, cada día más, de un cuento que marcó la infancia de casi todos, pero esta versión es, cuanto menos, inquietante. Nunca hubiera pensado que Caperucita era tan absorbente, posesiva y mortal.
Me ha dado pena el lobo, la verdad.
Buena tarde Vicente.
Muchas gracias, Mercedes.