42 Cenizas (Marta Navarro)
Sonríes y, por un instante, el mundo se ilumina. Sueño contigo. Siempre estás ahí. Escondida en algún rincón de mi cabeza. Una sombra del pasado. Un fantasma que ya no duele. Un duendecillo burlón que se ríe de mí y no se deja atrapar. Pero, a veces, de repente, tu recuerdo me asalta y, por un momento, casi creo poder tocarte. Luego te desvaneces. Es mejor así. No me reconocerías en este viejo cansado y solitario que ahora soy, que sonríe con descaro por evitar que sus ojos traicionen el dolor.
Es difícil hacerse viejo, mi amor. Asumir incrédulo el reflejo de un espejo, luchar contra la inseguridad y el miedo, contra el desconsuelo, contra este desamparo…
Hoy estoy triste. Tal vez, aunque me niegue a reconocerlo, me siento solo. Por eso, como siempre, recurro a ti. Al recuerdo de tu risa, de tus palabras, de tus miradas, de tus silencios. A la magia del hada que un día traspasó mi vida y me hechizó para siempre. Gotitas de alegría que curan el dolor del alma.
Si que debe ser difícil acumular años, no solo por la merma de facultades físicas que lleva asociada, también debido a la inevitable pérdida de seres queridos y a una soledad que se empeña en ganar terreno.
El amor verdadero, el que marca para siempre, no tiene edad. No puede envejecer lo que más ilusión nos produjo. Ese registro en el alma, inalterable al tiempo, ayuda a sobrellevar las penurias, a levantarse un poco de esas cenizas a las que parece abocado tu protagonista.
Tristeza, añoranza y sentimientos que sobreviven a todo, en una mezcolanza bien aderezada.
Un abrazo y suerte, Marta
Muchas gracias, Ángel. La pérdida y el paso de los años deja siempre esa huella de melancolía. Me alegra que te haya gustado.