10. CONDENAS (Juan Manuel Pérez Torres)
La prensa la calificó de condena ejemplarizante, incluso salió en la tele, decían que era pionera, avanzada, porque aquello era maltrato…
En la celda, de tres por tres, al menos, tenía una cama pegada a una de las paredes, y, al lateral, por el lado de los pies, un minúsculo lavabo, aunque sin espejo, y, algo más allá, la letrina. Frente a la cama, una mesa hecha de obra sostenía, en una esquina, un vaso de plástico con el cepillo de dientes y otros artículos para la higiene. Precaria, sí, pero tenía higiene.
Lloraba arrepentido porque, ahora, era capaz de asumir las acciones pasadas sin eludir las consecuencias de su culpabilidad. Se dio cuenta de que había vivido solo para trabajar, para producir, competir, doblar turnos, comer un bocadillo y seguir, seguir, seguir. Seguir para qué, joder… ahora lo borraría todo. Pero ya era tarde, por eso lloraba, porque ya era tarde y porque lo había hecho una y otra y otra vez. Y lloraba de una forma sincera desde el momento que comprendió y reconoció su crueldad con Trueno, el mejor amigo… dejarlo encerrado cada día… tantas horas… en aquel balcón… a pienso y agua… a la intemperie…
Cuando se tiene a un ser vivo a tu cargo, ya sea persona (por supuesto, en primer lugar) animal o planta, se adquiere una responsabilidad, al menos para que sus necesidades más básicas estén siempre cubiertas. La única manera de hacer ver a tu protagonista el daño que había infringido a propósito, o por dejación o desconocimiento, era que viviese algo similar. Quizá alguien podría considerarlo una suerte de venganza, algo desproporcionada incluso, pero el caso es que parece funcionar, pues sufriendo algo parecido ha comprendido su error, además de aprender que en la vida no todo es trabajar, hay que hallar hueco para preocuparse por quienes nos rodean, amigos incluidos, caninos o no.
Un abrazo y suerte, Juan Manuel
Gracias Ángel.
Básicamente hay dos clases de condenas, las que se merecen y las que no. Las primeras incluso son necesarias, las segundas, además de gratuitas, son absurdas. De las primeras están las cárceles llenas. Por desgracia,muchas de las segundas pasan desapercibidas, pero están proliferando.
Un fuerte abrazo, y suerte con tu genial relato.
En este mundo de prisas se olvida a veces lo más necesario. Imperdonable, desde luego lo de este hombre.
Buen relato.