121. Crescendo
Se levantó al amanecer con una sensación larvada, apenas perceptible, pero algo más intensa que la del día anterior.
Mientras tomaba un racimo de uvas tempranas, salió a buscar las flores. Tenía que escogerlas con cuidado. Ya en su estudio, dispuso catorce de ellas en un jarrón de barro, partido en su ecuador por dos tonos distintos del mismo color ocre. Tardó bastante en conseguir un desaliño estudiado.
Debía aprovechar la jornada. El final de agosto empezaba a robar horas de luz al día.
Pintó en la soledad, poniendo, como siempre, el máximo de su destreza y empeño. Bastó un pedazo de queso para olvidar el hambre, pero no pudo ignorar el zumbido que aumentaba a un lado de su cabeza.
Trabajó sin pausa durante toda la tarde. El calor secaba los óleos en la paleta y sus modelos desfallecían como viejas bailarinas marchitas.
Los últimos rayos de sol pusieron fin a su jornada.
Mientras los pinceles iban cediendo a la trementina el color de los girasoles, desprendiéndose de la luz mediterránea hasta quedar listos para la próxima sesión de pintura, en la oreja del artista fue creciendo la sospecha de no estar con la persona adecuada.
Pudo haber sido así. Un beso.