39. Cuestión de clase (Juana Mª Igarreta)
El primer recuerdo que Marta guarda de su tía monja lo tiene grabado a fuego. Del hábito negro que la escondía apenas asomaban su cara enmarcada en un óvalo blanco y las manos que agitaba mientras hablaba ante Emilia, madre de la niña. Pocas, pero persuasivas, palabras después la religiosa conseguía su objetivo.
Marta dejó atrás la escuela pública del barrio y pasó a ser alumna de aquel colegio de “chicas bien”. Más lejos de su casa, pero más cerca de Dios.
Hoy todavía le duele haber sentido vergüenza aquel jueves de mayo. Claveles sobre los pupitres y gargantas afinadas para entonar en la capilla “Con flores a María”. Un ceremonial que se repite todas las primaveras como la vuelta de las golondrinas. Pero antes esperan conocer a la Madre Superiora General. Esta llega y, tras el ensayado saludo pertinente, la monja tutora de la clase cruza unas palabras con ella y, sumamente entusiasmada, ordena: “Niñas, las que seáis hijas de médicos, abogados, ingenieros, empresarios… poneos de pie, por favor”. Marta, confusa, visualiza a su padre con el mono de la empresa de limpieza al tiempo que su compañera de pupitre le pregunta: “Marta, ¿tu padre qué es?».
Tu estupendo relato me ha recordado la época en la que buscaba, con mi mujer, colegio para nuestros hijos, sobre todo para el primero. Queríamos darle lo mejor y estábamos dispuestos, incluso, a pagar casi lo que no teníamos; si no llegamos a hacerlo fue porque nos lo imaginábamos llenos de compañeros con un tren de vida muy superior al suyo, diciendo que se iban a esquiar cada fin de semana, o a alguna de sus posesiones. Es comprensible la vergüenza de esta pobre muchacha, que ingresó en esa institución «de élite» por mediación de una pariente, no por sus posibles. En todo caso, esa enumeración de oficios de la tutora denota una visión excluyente muy lejos de la caridad cristiana y de unos fundamentos que, se supone, hacen a todos los seres iguales.
Ya he dicho que el relato es estupendo y lo reafirmo, con frases llenas de contenido, como la de «más lejos de su casa, pero más cerca de Dios», referida a ese colegio en el que se palpa la desigualdad y la arrogancia.
Un abrazo y suerte, Juana
Hola, Ángel, sé que esta situación que cuento se dio tal cual. Hay decisiones que se hacen con la mejor de las intenciones, pero no siempre se acierta. También tengo que decir que monjas tan arrogantes como esa tutora no creo que haya muchas. Y que en colegios de élite, al igual que en la escuela pública, hay profesores y alumnos fenomenales. Lo que importa es la esencia de la persona. Te agradezco que cuentes vuestra vivencia a la hora de elegir el colegio de vuestros hijos. A veces no es tan sencillo. Me alegro mucho de que el micro te haya parecido estupendo, es halagador para mí. Gracias por tus palabras. Otro abrazo para ti.
Parafraseando el conocido refrán, «el hábito no hace a la monja», y este micro tuyo, JUANA, lo prueba a las claras… No es digna de portar ese hábito quien segrega así, tan tajantemente, así que se entiende, y muy bien, la vergüenza de Marta al visualizar a su padre con su ropa de trabajo de limpieza. Está claro que Marta no tiene de qué avergonzarse, al contrario de esa Madre «Superiora» (léase la ironía entrecomillada). La aceptación, esa sí que es «cuestión de clase cristiana», pero es obvio que esa Sor no lo tiene claro…
Pese a su dureza me gustó el micro, y mucho.
Cariños,
Mariángeles
Hola, Mariángeles, pues sí hay algun@s religiosos que se han equivocado de misión. En este caso, esta monja tutora estaba bastante desnortada, valorando más la clase social de las personas que la esencia de las mismas. Muchas gracias por tu comentario y valoración del micro. Besos.
Qué ilusión, Juana, leer tu micro. Gracias a él has despertado un par de historias, que posiblemente convertiré en microrrelatos, vividas cuando mis hijos empezaban su edad escolar. Un micro con un sustancioso mensaje y con esa estupenda narrativa que te caracteriza.
Me ha encantado.
Un abrazo.
Hola, Rosy, qué bien haberte traído a la memoria un par de historias vividas con tus hijos con mi relato. Ojalá las plasmes en microrrelatos y a ver si tengo ocasión de leerlos.
Muchas gracias por tus palabras elogiosas sobre el micro y mi manera de escribir. Con lo poco que escribo, valoraciones así me animan a seguir haciéndolo. Otro abrazo para ti.